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En la construcción de mejores seres humanos

Debemos aprovechar el rico escenario humano que nos ofrece el siglo XXI para evolucionar.

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En 1803, F. T. Rink, alumno de Immanuel Kant, publicó ‘Ueber Pädagogik’, un ensayo en el que el celebrado filósofo alemán fija una base hermosa del enseñar moderno: “No se debe educar (...) conforme al presente, sino conforme a un estado mejor de la especie humana, posible en el futuro”. La educación es el oficio de identificar la mejor versión posible de una persona; se educa según potenciales y no bendiciones; se educa para moldear “el origen de todo bien en el mundo”. El futuro se construye. El texto fue publicado con el permiso del profesor, pero las notas, la redacción y la edición de su discípulo fueron cruciales para la edición. Ninguna alianza más afín para un texto sobre pedagogía.
(También le puede interesar: Ley de garantías y educación)
En este texto se afirma que los humanos son los únicos que pueden ser educados, en el estricto sentido de la palabra ‘Bildung’, que en alemán se refiere a algo cercano a la armonía entre corazón y razón, entre individualidad e identidad tras un proceso individual y único. Quizás este principio pueda ser ampliado a la luz que nos arrojan hallazgos recientes desde otras áreas del conocimiento.
La supervivencia de muchas especies depende de que las habilidades para satisfacer necesidades básicas se transmitan de generación en generación. Sabemos que muchos animales tienen claras formas de enseñanza: en 2006, Alex Thornton y Katherine MaAuliffe describieron en la revista ‘Science’ cómo las suricatas entrenan pacientemente a individuos más jóvenes mediante ejemplos didácticos. El cachorro desarrolla destrezas en la caza con escorpiones muertos o culebras en agonía que un adulto (no necesariamente alguno de sus progenitores) le propicia para entrenamiento.
El mismo estudio describe cómo las hormigas experimentadas modifican sus trayectos cuando las sigue un miembro inexperto, hacen pausas durante la ruta y permiten que el pupilo explore los puntos de referencia para más tarde emprender el viaje por su cuenta. A manera de corrección, los ‘maestros’ golpean suavemente las antenas del aprendiz cuando quieren que se adelante y demuestre su familiarización con la ruta.
Las suricatas y las hormigas (entre muchísimas otras especies) enseñan a sus descendientes algunas capacidades mínimas para sobrevivir. ¿Qué hizo de la enseñanza humana un factor diferencial y, por lo tanto, una garantía para evolucionar en la dirección y la velocidad que nos aventaja sobre otros animales?
En 1976, Nicholas Humphrey, del London School of Economics, planteó la idea de que una vida social exigente impulsa el mejoramiento de las especies. Su ensayo titulado la ‘Función social del intelecto’ inició el campo de estudio “neurociencia cognitiva social”.
En este texto se expone que “los cerebros se volvieron grandes y complicados hasta entender reglas muy complejas de la convivencia”. La dinámica social es la fuerza que hace evolucionar la inteligencia.
El biólogo de la Universidad de Indiana James Goodson aseguraba que las hormonas que controlan el comportamiento social en aves y mamíferos pueden rastrearse hasta hace unos 450 millones de años de antigüedad. La oxitocina, apodada también la ‘sustancia del amor’ (se encarga de facilitar el parto y estimular la producción de leche materna) o la ‘hormona del abrazo de la confianza’, incluso la ‘molécula moral’, es un ejemplo. Goodson y otros investigadores demostraron que la oxitocina tiene un papel importante a la hora de reducir la ansiedad, fomentar la confianza, aumentar la empatía, disparar la sensibilidad. La oxitocina istrada por vía nasal a los de un equipo deportivo y personas dedicadas a los juegos de rol aumentó la generosidad y la confianza entre ellos. Mejoró el sentido de equipo, la comunión social. Incluso se afirma que las parejas con mayores niveles de oxitocina prolongan sus relaciones. El antropólogo y psicólogo evolutivo de Oxford Robin Dunbar comparó los tamaños cerebrales de distintas especies de primates, estableciendo que los que vivían en grupos sociales más extensos tenían cerebros más grandes y una producción de oxitocina mucho más alta que otros animales que han elegido dispersarse y no formar comunidades.
Nunca antes existió una sociedad humana tan compleja. La información por la hiperconectividad, la sobrepoblación de las ciudades, las mareas humanas por guerras, regímenes de opresión o necesidades insatisfechas nos obligan a tener en cuenta a seres humanos que en otras épocas podían permanecer aislados por burbujas que elegíamos o en las que nos veíamos obligados a vivir. Incluso una sociedad tan diversa como la colombiana ahora es escenario de nuevas convivencias: sombras remotas que atraviesan las selvas en su marcha hacia el espejismo norteamericano, múltiples caminantes al borde de las carreteras pidiendo manos solidarias, géneros que no se encuentran en el diccionario tradicional de nuestras opciones sexuales, espíritus del bosque y del raudal que nos hablan de potreros que se expanden con vocación de desierto, protagonistas de campañas que detrás de una pantalla retan nuestra tolerancia, libertarios que desde sus cadenas rotas se oponen a los modelos que nos tenían estancados bajo el miedo, que es primer promotor del odio...
Tenemos un potente químico conservado por nuestro cuerpo por millones de años que nos sirve de aliado en la evolución de nuestra especie. Seguimos siendo animales movidos por la necesidad de enseñar y formar comunidades afectivas. El reto de la educación actual sigue siendo identificar el potencial de cada estudiante y cada maestro. La ciencia habla con claridad de las vías que tenemos para labrar mejores seres humanos. Falta reconocer la libertad individual como primera capacidad que tiene cada persona para enriquecer su entorno social y mejorar desde ya el mañana.
Debemos instaurar ejercicios de convivencia complejos, experimentos que exhiban las fortalezas y las debilidades de cada uno, conversaciones abiertas sobre los afectos, la sexualidad y mostrar las opciones que tenemos para encontrar manadas afines a nuestros potenciales y los futuros posibles que queremos. Debemos liberar a los individuos de los autoritarismos económicos y los manipuladores espirituales. Debemos aprovechar el rico escenario humano que nos ofrece el siglo XXI (con todas sus sombras y todos sus brillos) para evolucionar.
ROBERT MAX STEENKIST

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