Es desolador, frustrante. Tanta vuelta para llegar al mismo sitio. De nuevo, otras elecciones locales marcadas por la corrupción. Más de un ingenuo creía que un costosísimo referendo acabaría por arte de magia con los ladrones, y lo cierto es que sigue funcionando la máxima de que sin plata no habrá paraíso el domingo. Por supuesto que existen excepciones, pero no son la norma en buena parte de Colombia.
Hay lugares tan podridos donde la gente, más que votar en blanco, no debería ni levantarse para perder el tiempo en las urnas. ¿Para qué justificar el circo en Cartagena y Bolívar? Los pongo de ejemplo porque los saquean a la vista de presidentes y de las roscas más excelsas de Bogotá, que se pavonean en sus festivales y festejos. Vean lo poco que avanzan la ciudad y el departamento. Si yo fuese de allá, no iría a votar. Así nos ahorramos la reposición de votos.
La lástima es que al final, esa supuesta ‘fiesta de la democracia’, como dicen los cursis, tiene algo adictivo y acudimos como idiotas útiles a votar. Digan, si no, qué importa quién gane la gobernación de Sucre. A los medios capitalinos les espanta Yahir Acuña, como si el resto fuese distinto. ¿Qué más da uno que otro? Que entre el diablo y escoja, pero no los sucreños.
En Bogotá, ahora son más limpias, aunque no podemos tirar ni media piedra porque la izquierda ganó con Moreno y ejerció un gobierno corrupto. Lo que no entiendo es esa insistencia en el voto útil, cuando ninguno de los tres punteros representa al caótico Petro, único peligro para la capital. Ahora va a resultar que el hijo de Galán es diferente a Claudia y superior a Miguel Uribe.
A mí me ocurre como en las familias. Uno critica a la suya en privado, pero le fastidia que vengan otros a despellejarla
Cualquiera de los tres puede ganar, y quien triunfe solo lo hará con un tercio de los votantes. Por tanto, necesitará que todos echemos una mano. Porque esta Bogotá agresiva, egoísta, inequitativa, atestada de garabatos y trancones, no la arregla nadie mientras no cambiemos sus habitantes y haya mayor autoridad.
Indigna que tres delincuentes agredan a un auxiliar de policía y a tres vigilantes, se vayan frescos y luego, el castigo sea para quienes defienden sus vidas y el patrimonio público. Siempre ganan los violentos.
Y en cuanto a la Colombia olvidada, ¿qué sentido tiene votar en lugares como Suárez, donde asesinaron a una candidata solo para quitarla de en medio y todos pagaron a las disidencias de las Farc para que los dejaran participar? En Arauca es el Eln el que da el aval, y en zonas de Nariño, Bolívar, Antioquia, Caquetá, Norte de Santander, por mencionar algunos, deben pedir la luz verde a esa guerrilla, a las disidencias y al ‘clan del Golfo’.
En fin, esta es mi última columna en EL TIEMPO. Pacho Santos me abrió la puerta en enero de 1999, los martes cada quince días. En 2016 decidí interrumpir un tiempo esa colaboración para viajar aún más por Colombia y concentrarme en las crónicas, un género agonizante (el sábado saco la última).
Es indudable que a muchos les fascina criticar a EL TIEMPO y alabar a la competencia, el precio que paga el periódico por ser el primero. Y a mí me ocurre como en las familias. Uno critica a la suya en privado, pero le fastidia que vengan otros a despellejarla. Además, creo sinceramente lo que digo en los foros y en reuniones si sale el tema: ningún otro medio puede venir a dictarnos cátedra de buen periodismo e independencia. Errores los cometemos todos.
A lo largo de estas dos décadas he tenido muchas discrepancias con EL TIEMPO, he librado peleas, me han sacado la piedra porque pensamos distinto en muchos aspectos. Pero nunca nos perdimos el respeto ni salimos a airear nuestras diferencias; creo que en este tipo de trabajos, las discusiones, que en mi caso solo fueron periodísticas, deben ser internas.
Agradezco la oportunidad que me brindaron, la libertad que me dieron, y la paciencia de muchos colegas, empezando por el santo Job, que se reencarnó en Luis Noé Ochoa. Gracias a todos en EL TIEMPO y a los lectores que me siguieron estos años. Hasta siempre.