La JEP debería expulsarlo ya. Por mucho que insistan su abogado y sus áulicos en que sigue vinculado al proceso, usted, ‘Paisa’, sabe que nunca se reinsertará, tiene alma de matón y lo desbordan el odio y las ansias de venganza. Siempre será una amenaza.
ita que no pertenece a la legión de miles de guerrilleros que dejaron atrás las armas. No puede vivir sin ellas. Las necesita. Usted mejor que nadie conoce que su voluntad de paz y compromiso con la verdad son tan falsos como la biografía de sensible y sufrido revolucionario que le inventaron en su día las Farc.
Entre sus incontables delitos de lesa humanidad, no creo que ni siquiera confiese todo lo relativo al atentado de El Nogal. Empezando por cómo engañó al ingenuo profesor de squash y lo mandó al matadero. Aunque no sé quién fue peor ahí, si usted o el tío del muchacho, ese Arellán al que la JEP permitió viajar a isla Margarita de paseo.
Utilizó al sobrino para meter la bomba en un recinto lleno de civiles, consciente de que no escaparía vivo.
Y apuesto a que si declarara, avalaría la tesis falaz, que la JEP puede comprar, de que el pacífico recinto bogotano era un nido de ‘paracos’, es decir, legítimo objetivo militar. Porque en eso está en lo cierto el senador Iván Cepeda. A su esposa nunca la podrán sobornar para ayudar a Santrich ni a otros de las Farc. No es necesario. Lo hacen gratis en ese tribunal.
Pese a todo, creo que la JEP, tan predispuesta a mantener los beneficios a los reincidentes, medita hacer una excepción con usted. No solo por su reiterado y público desprecio a magistrados y al país, sino por el peligro que representa para testigos y víctimas de crímenes que nunca confesará, incluida su gente.
¿A cuántos guerrilleros asesinó en los años en que se volvió más paranoico que de costumbre? Veía delatores por todas partes, y no le faltaba razón. Lo detestaban y lo hubieran entregado, pero le temían demasiado como para atreverse a actuar.
Y tras la muerte de su novia, alias la Pilosa, en un bombardeo militar, su psicopatía se agudizó. Perdió lo poco que le restaba de humano y regresó la bestia desalmada que anidaba en su interior.
Se dedicó a perseguir con saña a cualquiera del que sospechara. No atendía a explicaciones, su hambre de retaliación desbordaba cualquier razón. Ahí cayeron guerrilleros y civiles, unos con la complicidad de esos esbirros suyos que fungen de inocentes ciudadanos y no son sino vulgares asesinos. Lástima que no se atrevan a denunciarlos, dado que en varios pueblos que usted dominó y aún controla a distancia, la sola mención del ‘Paisa’ todavía infunde terror.
Precisamente para rebatir esa imagen de matón, algunos de sus colegas, cuando estaban en Cuba, pintaron un idílico retrato sobre sus andanzas con una paleta cargada de mentiras para ocultar su auténtico semblante criminal. Creí adivinar la mano de su mentor, encubridor y gran amigo ‘Iván Márquez’.
“Si algo conmueve a Óscar (su nombre) en lo más profundo, es el llanto humano adolorido”, esbozaron con cinismo. Y en lugar de sus inicios de sicario relataron que fue jornalero errante y decidió unirse a las Farc con el anhelo de cumplir el sueño de su papá: “Poner en el paredón a dos de la oligarquía colombiana para fusilarlos con el mayor gusto”.
Y lo logró. Pero a falta de oligarcas ejecutó a empleados, empresarios, pobres, comerciantes, transportistas, campesinos, soldados, guerrilleros, amas de casa... No contento con matar, se dedicó a violar.
“Me violó a los 11 años, hizo lo que quiso conmigo, y entonces yo lloré tanto ese día que me dijo: ‘Nada de llorar. Haga como si nunca hubiera pasado nada’ ”, me relató Vanessa, a la que reclutaron a los 9 años y ahora quieren silenciar.
No me diga por qué, pero no descarto que la JEP dé la razón al congresista Jaime Felipe Lozada y a usted lo echen del paraíso.