Cuando las marchas anti-Duque, eran todos comunistas; ayer que marcharon contra Petro, son todos salvadores de la patria. Quién dijo que hablar de derechos humanos es ser comunista. O que preocuparse del bienestar de los indios es ser comunista. O que tratar de defender la madre tierra contra el desarrollismo a ultranza es ser comunista. Y, también, quién dijo que querer un Congreso reducido y un verdadero control de la Comisión de Acusación es ser fascista.
Cuando miles de jóvenes italianos estábamos a punto de unirnos a la Juco, Juventud Comunista del PCI (Partido Comunista Italiano), la invasión soviética a Hungría nos impactó. Este acto de imperialismo nos volvió antisóviets y, por ende anticomunistas y se llenaron las plazas de toda Europa de manifestaciones protestando contra la infame invasión del Kremlin.
De allí en adelante, un hombre extraordinario, Enrico Berlinguer, fundó el eurocomunismo, que fue “una tendencia política del comunismo de Europa occidental que pretendía ser una alternativa al poder hegemónico del comunismo soviético, para construir un socialismo en libertad, y que nació en la década de los años setenta”.
El eurocomunismo rechazaba el sistema de partido único, aceptando la democracia occidental multipartidista. El eurocomunismo debe mucho a la figura del político y líder comunista italiano Enrico Berlinguer, que empleó el término en 1976. Él buscaba ampliar la base electoral del PCI para conseguir una mayoría social. En todo caso, ya desde finales de los años sesenta el comunismo italiano se había distanciado mucho de Moscú. Y ahora Italia, que se libró del yugo del fascismo, ha caído en un régimen de extrema derecha con el peligro de volver al autoritarismo fascista, de la mano de Fratelli d’Italia, con la Meloni, primera mujer presidenta del Consejo, acompañada del legista Matteo Salvini y del eterno Silvio Berlusconi.
El primer decreto fue cerrar los puertos italianos a los barcos humanitarios de refugiados, olvidando que el Mediterráneo siempre fue llamado Mare Nostrum (Mar Nuestro) y que dejar gentes a la deriva –enfermos, hambrientos, hacinados en unos botes sobrecargados– es un crimen de lesa humanidad. Esto sí es ser fascista.
Afortunadamente, mi patria es Colombia y no me toca ningún Berlusconi; me toca aguantarme a la esposa del flamante negociador José Félix Lafaurie, a Paloma y al joven Uribe, pero esto se maneja bien en un gobierno de izquierda. Así que lo repito: yo también soy nini. Ni comunista ni fascista.
SALVO BASILE