Uno de los mejores libros que leí este año fue Contra el feminismo blanco (2021), de la abogada y periodista pakistaní Rafia Zakaria. “Una feminista blanca”, nos dice Zakaria, “es aquella que se niega a aceptar el papel que la blanquitud y el privilegio racial que lleva aparejado han desempeñado y siguen desempeñando en la universalización de las inquietudes y las convicciones de las feministas blancas como las del feminismo en su totalidad”. Zakaria afirma que es posible ser blanca y feminista y no ser una “feminista blanca” porque más que describir la identidad racial de sus sujetos, el “feminismo blanco” describe “una serie de supuestos y comportamientos que han sido integrados en el feminismo dominante occidental”.
Zakaria cita los escritos de Gertrude Bell, la famosa escritora y arqueóloga británica, para mostrarnos cómo las primeras experiencias de libertad de algunas mujeres británicas blancas de comienzos del siglo XX estaban relacionadas con su experiencia de superioridad imperial cuando cruzaban las fronteras de Gran Bretaña y de Europa.
Además, como es sabido, la causa de las sufragistas se apoyaba en la supuesta inferioridad de las “mujeres de Oriente”, lo cual demostraba que la subyugación de la mujer solo podía ser producto de “culturas primitivas” y, por ende, las mujeres blancas, al igual que los hombres, debían tener derecho al voto: “Creyéndose superiores, las mujeres blancas argumentaban que merecían un estatus superior y más libertad que las mujeres colonizadas. Ese poderoso ‘nosotros’ y ‘ellos’ se convirtió en una herramienta indispensable para las mujeres blancas que luchaban por su propia emancipación”.
En otro capítulo, Zakaria nos habla del origen de la idea del “empoderamiento”. En los años 80, la feminista india Gita Sen y un grupo de investigadoras feministas concibieron el “enfoque del empoderamiento”, por medio del cual cuestionaban el paradigma del desarrollo “de arriba hacia abajo”, y promovían un enfoque “de abajo hacia arriba” a partir de las organizaciones de base del sur global. En el centro de este enfoque estaban la movilización política y el antirracismo: se trataba de transformar las relaciones de poder entre individuos y grupos sociales. Por un tiempo, las agencias de desarrollo creyeron que esa idea era demasiado radical, hasta que, en los años 90, el concepto empezó a ser aceptado en las conferencias de las Naciones Unidas. Fue así como nació su versión despolitizada, en la que las mujeres se empoderan de manera individual, al margen de la acción política colectiva.
Ese poderoso ‘nosotros’ y ‘ellos’ se convirtió en una herramienta indispensable para las mujeres blancas que luchaban por su propia emancipación”.
Clave también el capítulo sobre las “guerras feministas” y el caso de Maya, la agente de la CIA que contribuyó a la captura de Osama bin Laden en mayo de 2011 –personificada por la actriz Jessica Chastain en la película La noche más oscura (2012)–. Zakaria se pregunta si la equidad de género incluye también la posibilidad de torturar a otros: “Esta identificación con los intereses del Estado, y la idea de salir a conquistar el mundo con la misma mentalidad de sometimiento y dominación que poseen los hombres blancos, parece haberse convertido en un retorcido objetivo feminista”.
Ni qué hablar de las feministas que apoyaron la invasión a Afganistán para acabar con el misógino régimen de los talibanes. Aunque se pregunta uno si los bombardeos, que destruyen todo a su alrededor, son la mejor manera de erradicar la opresión que sufren las mujeres afganas o de Oriente Medio.
Este maravilloso libro es una crítica a la blanquitud dentro del feminismo y, así como lo han expresado otras mujeres antes de Zakaria, un llamado a incluir la experiencia y voces de las mujeres más marginalizadas en el canon feminista. Una lectura esencial para seguir ampliando el horizonte emancipatorio del feminismo en 2024.
SARA TUFANO