Suponer que Donald Trump conocía la profecía de Aemon es un disparate. La lectura no es su fuerte. Tampoco creo que supiera de Aemon por haber leído la recreación teatral de la conspiración que acabó con la muerte de Julio César, en la que William Shakespeare le repite a Julio César la premonición de Aemon, “Cuídate de los idus de marzo”.
¿Y Vladimir Putin habrá leído a Aemon o a Shakespeare? ¿Habrá oído el presagio? Es posible, Putin es un hombre culto, aunque quizá no tanto de la cultura de Occidente. Cualquiera que sea el caso, es evidente que ninguno de los dos esperaba que la Corte Penal Internacional de La Haya y la fiscalía del distrito de Manhattan los llamaran a juicio este marzo.
Desde La Haya, la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra Vladimir Putin por presuntos crímenes de guerra en la deportación y traslado ilegal de niños ucranianos a Rusia. Simultáneamente, de Nueva York salió el rumor de que la Fiscalía estatal investiga si Trump violó las leyes de financiamiento de campañas al reembolsar con dinero de sus negocios en Nueva York a su abogado para comprar el silencio de una actriz porno que se preparaba a publicar sus encuentros sexuales con Trump.
En lo que respecta a Putin, aparte de la ilegal invasión a un país independiente y de los devastadores bombarderos a poblaciones civiles, es verdad que Rusia ha deportado a unos 16.000 niños ucranianos a su territorio. Rusia ite el secuestro, pero lo caracteriza como un gesto humanitario en tiempos de guerra.
Así las cosas, ¿qué tan probable sería que la Corte Internacional sometiera a juicio a Putin? Poco, por no decir casi imposible. Rusia no reconoce a la Corte, y la Corte no juzga in absentia.
En el caso de Trump, la opinión mayoritaria de los expertos es que es también poco probable que doce del Gran Jurado lo encuentren culpable más allá de toda duda, aun cuando todas las acusaciones en su contra sean verdaderas.
¿Qué tan probable sería que la Corte Internacional sometiera a juicio a Putin? Poco, por no decir casi imposible.
Espero que el fiscal Bragg tenga una buena estrategia para demostrar la culpabilidad de Trump y que el Estado de derecho finalmente lo responsabilice de sus acciones.
Entre 1973 y 2023, Trump ha sido objeto de 3.500 demandas legales en cortes federales y estatales. Alguna vez tendrá que pagar las consecuencias.
Si se salva en esta ocasión, espero que la demanda de la fiscal general de Nueva York, Letitia James, en la que acusa a Trump de mentir a prestamistas y a aseguradores al sobrevalorar de manera fraudulenta sus activos en miles de millones de dólares prospere, y se les prohíba tanto a él como a sus hijos istrar negocios en Nueva York.
Si la suerte sigue de su lado, espero que un Gran Jurado en Atlanta, Georgia, lo declare culpable de interferir criminalmente en la elección presidencial de 2020.
También, que se lo castigue por haber transportado y ocultado material clasificado de la Casa Blanca a su residencia particular; por haber ideado un plan para anular la elección presidencial de 2020; por haber incitado a la insurrección y por conspirar para defraudar a Estados Unidos.
Este marzo, como lo hiciera el 6 de enero de 2021, Trump ha llamado a sus fuerza de choque a protestar en las calles si el Gran Jurado lo encontrara culpable y ha alertado del “potencial de muerte y destrucción”. Sus aspavientos no deben intimidarnos.
Si Trump libra todas las acusaciones en su contra y obtiene la candidatura presidencial de su partido para 2024, confío, en nombre de la decencia, en que volverá a perder el voto popular como sucedió en 2016 y 2020, y finalmente la presidencia. Y aunque entiendo que es poco probable, sigo soñando en el deleite que sería ver a Donald Trump y a su amigo Vladimir Putin encarcelados al mismo tiempo por desoír los idus de marzo.
SERGIO MUÑOZ BATA