Ocurrió al mediodía del 11 de marzo. Estábamos almorzando en familia recordando a mi madre fallecida cuatro días antes y escuchando las noticias del coronavirus y su llegada a Medellín. ¡Qué susto! Dijimos, pero uno jamás piensa que el virus puede estar a su lado. En ese momento llamó mi hijo con un preámbulo: “mami, tómalo con calma y prudencia pero… me voy a cuarentena en la finca porque en la noche del jueves compartí muy de cerca con un amigo que acaba de llamarme y me dice que es positivo para coronavirus por o con una familiar que llegó de Europa contagiado y estaba asintomático como él”.
En la mesa del comedor todos y todas recordamos los abrazos, lágrimas y besos de mi hijo para todo el grupo familiar, niños, jóvenes y ancianos –apenas días antes– por la muerte de su adorada abuela que tanto amor le había dado. El coronavirus estaba en medio, de cuerpo entero. No era cosa de China, España, Italia… así de fácil: estaba –quizás– sentado a manteles con nosotros.
Vino entonces la desbandada: mi sobrina residente en Barcelona que había llegado para el funeral tomó a sus hijos y su madre del brazo y los llevó a cuarentena. ¡Ella debía regresar a su casa en unos días! Yo tomé el teléfono para cancelar una entrevista que tenía con una mujer adulta, nieta de un hombre que había hablado siempre de responsabilidad social y justicia social, José María Bernal, personaje sobre el que preparo un libro por petición de su familia. “Hablando de responsabilidad social –le dije a su nieta– te informó que debo cancelar nuestra cita porque posiblemente he estado en o con el coronavirus”. Ella comprendió de inmediato el riesgo.
Mi hijo, enviado por la empresa a cuarentena, llegó a trabajar desde su finca y encontró el internet caído. Se fue entonces para mi cabaña y tomó posesión de mi cuarto y todas mis herramientas de trabajo intelectual. Al día siguiente me fui en su búsqueda, mitad porque quería estar cerca de él, mitad porque temía contagiar a otras personas si ese fuera el caso… No sé si hice bien, pero lo hice. En todo caso, el Ministerio de Salud hizo presencia para practicarle el examen a él y a su novia. Era jueves. La respuesta la tendría en ¡cuatro días! ¿Entre tanto qué?
Ninguna cercanía con él, tapabocas, limpieza con jabón y geles y una gran incertidumbre. Había que lavar chapas, cerrojos, barandas, baños, cocina… ¡ufff! ¿Y si estamos infectados? ¿Y por qué la persona que contagió a su amigo pudo pasar el colador en el aeropuerto y llegó a Medellín con el virus? ¿Hubo diligencia en informar pronto a los os? ¿Hay que alarmar o hay que guardarse la noticia como solemos hacer los paisas cuando nos pasa algo malo y queremos dejarlo en familia? ¿Y por qué no llegan los resultados? ¿Por qué tanto tiempo? ¿Y desinfecto con jabón o con este gel que quedó de los cuidados de la abuela? ¿Y si me muero?
Entre tanto, por sugestión o por realismo crudo, me duele la garganta y tengo cefalea… “hay que esperar”, me digo, mientras las horas pasan… El Ministerio llama mañana y tarde a preguntar por el estado de salud de todos los aislados… Todo bien. ¿Todo bien? No: afuera las noticias llegan de más infectados en la ciudad y el país; afuera la vida sigue igual y los chicos adelante con sus parrandas; un sobrino se enoja porque le hicimos cancelar su fiesta de cumpleaños y una amiga llama a decir que en Colorado (Estados Unidos) ya la prueba la están haciendo a quienes circulan por la calle con toda la facilidad y rapidez, en un carro adaptado para ello, que por qué aquí en Colombia tanta demora. No sé responderle.
Es lunes 16 de marzo; han pasado cuatro días después del examen y llegaron los resultados de mi hijo: “Negativo para coronavirus”, me dice él, pero debo seguir el protocolo de los 14 días de aislamiento… Siento un gran alivio, sí, pero una gran responsabilidad de contar esta breve historia de suspenso para decirles: tomemos esto en serio para que no nos ocurra lo que en China o en España o Italia. Medidas preventivas ahora son urgentes antes que el virus nos desborde. Hay que cuidarnos uno a uno y, de paso, cuidarnos todos.
Sonia Gómez Gómez