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Opinión

‘Tasas malas, gasto bueno’

En una economía responsable, las tasas se bajan cuando hay señales fiscales consistentes y confianza institucional.

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“Quien aumenta el gasto público en Colombia es el Banco de la República con sus altas tasas de interés”. Con esta frase, el Presidente no solo desinforma, también desconoce el papel constitucional del banco central y pretende desplazar la responsabilidad fiscal hacia una institución cuyo deber no es financiar gobiernos, como sucedió en la Argentina de los Kirchner, sino preservar la estabilidad económica.
Según esa lógica, la causa del desbordado déficit fiscal y de aumento de la deuda pública no sería el exceso de gasto del propio Ejecutivo, sino las decisiones supuestamente “políticas” del banco central, que, al mantener tasas altas, estarían dificultando el financiamiento del Estado. Pero este argumento no solo es conceptualmente equivocado, sino peligrosamente útil para justificar un modelo de gasto sin frenos.
El gasto primario del Gobierno nacional central (sin el pago de intereses) alcanzó el 19 % del PIB entre 2023 y 2024, nivel históricamente alto frente al promedio de las últimas tres décadas (cercanos al 15 %). A esto se suma un gasto de funcionamiento que ha venido escalando al pasar del 14,5 % del PIB en 2022 al 16,9 % para 2024.
Es decir, el aumento del gasto está más que documentado, y no es atribuible a las tasas del Emisor, sino a las propias decisiones del Ejecutivo. Para no ir muy lejos, la contratación de órdenes de prestación de servicios ha aumentado en más de un 30 % entre 2022 y 2024, y sigue creciendo.
Mientras tanto, el Banco de la República, actuando con prudencia técnica, redujo recientemente su tasa de intervención en 25 puntos básicos, situándola en 9,25 %, en respuesta a una inflación que ha bajado al 5,1 % anual. Afortunadamente lo hizo al ritmo que las condiciones macroeconómicas lo permiten, no al ritmo del discurso político. Porque en una economía responsable, las tasas no se bajan por capricho, se bajan cuando hay señales fiscales consistentes, expectativas de inflación ancladas y confianza institucional.
El aumento del gasto está más que documentado, y no es atribuible a las tasas del Emisor, sino a las propias decisiones del Ejecutivo
El exceso de demanda, alimentado por un gasto público estructuralmente alto, es lo que hoy presiona los precios y ralentiza la disminución de tasas. Y es precisamente ese desequilibrio el que define el curso de la tasa de interés de política monetaria vigente. Sugerir lo contrario, que las tasas causan inflación y gasto, es como culpar al termómetro por la fiebre.
Si la visión del Presidente fuera válida, bastaría con poner la tasa de interés en cero y autorizar al Estado a gastar sin límite. Pero ya se ha demostrado, una y otra vez, que ese camino conduce a hiperinflación, colapso del tipo de cambio y empobrecimiento generalizado.
Más grave aún es el intento de supeditar la política monetaria a los objetivos fiscales del Gobierno. Esto implica destruir la autonomía del banco central, volver la política económica rehén de intereses cortoplacistas y minar la confianza de los mercados. Hoy, la prima de riesgo país supera los 930 puntos básicos, y el a herramientas claves, como la línea de crédito flexible del FMI, se embolató en estos días, precisamente por señales de deterioro fiscal. El tipo de cambio, por su parte, se mantiene volátil y sensible a los discursos oficiales.
Culpar al banco central por las consecuencias de un modelo de gasto insostenible, que nos va a dejar con la tasa de deuda en relación con el PIB más alta en la historia del país en 2025 y sin cumplir regla fiscal, es evadir el verdadero debate: el del déficit estructural, la ineficiencia del gasto, el derroche y la pérdida de disciplina fiscal. La sostenibilidad de las finanzas públicas no se resuelve presionando al Emisor para que financie la fiesta; se resuelve con responsabilidad, con reformas seriamente evaluadas en su impacto fiscal y con credibilidad en el manejo macro.
No le metamos política a lo que debe ser técnico. Porque cuando las tasas se vuelven malas y el gasto bueno, el final del cuento es conocido.
¡Y no es un final feliz!
JOSÉ MANUEL RESTREPO ABONDANO
Rector de la Universidad EIA

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