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Pecados originales

Como los de sus antecesores, el gobierno de Petro tiene un defecto que definirá su mandato.

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Cada uno de los gobiernos recientes de Colombia ha tenido un pecado original, un defecto de fábrica, que fue el dolor de cabeza del gobernante.
Juan Manuel Santos arrancó rompiendo con Álvaro Uribe no obstante deberle su victoria. Eso dividió al país, fracturó al establecimiento y alentó la oposición al acuerdo con las Farc. Para aplacarla, Santos se inventó el recurso del plebiscito: “Tranquilos, el pueblo tendrá la última palabra”. Sabemos cómo terminó.
El drama de Iván Duque, lo que he llamado su “mandato imposible”, fue haber sido elegido, en gran medida, por los votos del ‘No’ en plebiscito –que habían ganado la consulta–, al tiempo que tenía la obligación constitucional de cumplir la voluntad del ‘Sí’, pues el acuerdo había sido ratificado en el Congreso.
En el caso de la actual istración, el defecto congénito reventó –como explosión no controlada– con los audios de Armando Benedetti revelados por ‘Semana’. Pese a ondear la bandera del ‘cambio’, desde la campaña era evidente que, sin pactos con el diablo de la vieja política, Gustavo Petro no contaba con suficiente respaldo para llegar al poder.
Si resulta veraz la insinuación de la ex mano derecha del mandatario de que a la campaña ingresaron miles de millones de pesos de incierta proveniencia, a Petro solo le quedará el recurso de anunciar, como su antecesor y aliado Ernesto Samper: “Fue a mis espaldas”. Ventajosamente, el lavado de manos es uno de los talentos del Presidente.
Sabiendo cómo funciona nuestra justicia –no se diga la Comisión de Acusación–, es improbable que, aun si fuera cierto lo que allí se dice, los audios tengan consecuencias jurídicas. Pero el daño político ya está hecho. Los congresistas externos al Pacto Histórico querrán guardar distancia de la sospecha de un nuevo elefante. Y si salen a luz más revelaciones o indicios, declararse petrista puede ser radioactivo de cara a las regionales de octubre.
Los pecados originales no son una condena ineludible. Santos resolvió su problema rompiendo la promesa de la refrendación popular y ratificando la negociación a través del Congreso. Con esto, el acuerdo se cubrió de una sombra de ilegitimidad, pero el expresidente logró desmovilizar a gran parte de las Farc... y obtener el Nobel de Paz. A Duque se le atravesó la pandemia, lo que alteró las prioridades del país durante el resto de su periodo.
Petro ha sido claro sobre cómo piensa tapar el defecto cromosómico de su mandato. Por un lado, acudir al apoyo –muy menguado, según las encuestas– de ‘la calle’ o ‘el pueblo’. Por el otro, culpar al establecimiento, ‘la derecha’ y los medios de comunicación de conspirar en su contra. Chavismo de libro.
No es imposible que el Presidente se recupere de este nuevo escándalo. Su combativo discurso en la carrera séptima esta semana, a pesar del repudiable ataque contra la prensa, fue efectivo y elocuente. El riesgo con esa defensa, o contraataque, sin embargo, es que implica refugiarse en la nuez impermeable de su base: los incondicionales del Pacto. Una proporción de colombianos muy inferior al 50,4 % que votó por él en junio pasado: una minoría. Por ese camino, la aprobación de sus reformas –meollo de su gobierno– se adentra en el limbo. Sin moderar el espíritu de los proyectos es imposible pasarlos, a menos que sea a punta de mermelada. Y eso socavaría aún más la credibilidad del Gobierno y alimentaría la narrativa del cambio que no fue.
Menuda encrucijada. En la tradición romana, el pecado original se borra en el sacramento del bautismo, que es cuando la persona se hace oficialmente católica. Y etimológicamente, como sabemos, ‘católico’ significa ‘universal’. Es decir: de todos, para todos. Pero un gobierno para todos es justo lo que el Presidente se rehúsa a ensayar.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways

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