La noción de originalidad ha sido debatida por filósofos, artistas y abogados a lo largo de la historia. Se dice que un trabajo es original cuando no es copiado de otro; cuando tiene una chispa de creatividad o cuando lleva la “impronta” de la personalidad del autor.
En todo caso, digamos desde ya que la originalidad es una cualidad que no tiene que ver con la belleza o estética del resultado, ni depende del tiempo invertido ni de la exhaustiva investigación. Simplemente alude a la capacidad de generar ideas, conceptos o productos que no han sido previamente concebidos o creados de la misma manera.
En el video Everything is a remix, de Kirby Ferguson, que circula en YouTube se sugiere que la originalidad no existe, porque todo es una recombinación de ideas y obras previas.
Todas las innovaciones surgen al tomar elementos existentes y combinarlos de nuevas maneras. Las influencias y referencias son inevitables y, de hecho, esenciales para el proceso creativo. Desde la música hasta la literatura y el arte visual, la historia está llena de ejemplos donde innovaciones significativas han surgido de la adaptación y reinterpretación de trabajos anteriores.
Pues bien, inclusive esa afirmación tampoco es novedosa. En la Biblia, en Eclesiastés 1:9, se dice: “Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol”.
Con frecuencia las personas tienden a sobreestimar la originalidad de sus propias creaciones creyendo que sus ideas son innovadoras. Sin embargo, un análisis más profundo revela que esas creaciones son a menudo un collage de influencias y conocimientos adquiridos a lo largo del tiempo.
Reconocer que todo es un remix no devalúa el valor de la creatividad humana, sino que resalta la importancia de la interconexión y la evolución continua de ideas.
Esta perspectiva puede llevar a una apreciación más honesta y humilde del proceso creativo, celebrando la colaboración implícita en todas las obras. No debemos ser tan narcisistas y pensar que cualquier cosa que hacemos, solo porque requirió algún tiempo y esfuerzo, es automáticamente una obra maestra del conocimiento.
Tal vez tenía razón mi jefe, Germán Cavelier, cuando decía: “Que me copien, siempre puedo hacerlo mejor”.