En estos espacios, la presencia (excepcional) de escritores afros o indígenas no se da porque sea lo natural sino porque fundaciones lo han gestionado. En mi opinión, más allá de la lógica del mercado, yace una responsabilidad sobre la pertinencia, la representación y los aportes de la diversidad étnica y cultural a la construcción del país.
En el libro ‘Un cuarto propio’, publicado en 1929, Virginia Woolf reflexiona sobre las mujeres y la literatura. Narra las dificultades de en un espacio cultural extremadamente reducido, por lo cual plantea la necesidad de un cuarto propio. No solo por temas socioeconómicos, sino por la comprensión de una subjetividad que se menosprecia por las élites ilustradas del momento. Desde una mirada contemporánea, en su libro ‘Los hombres me explican cosas’ lo resume así: su nombre era privilegio y el suyo, posibilidad. La subjetividad puede interpretarse, pero no se reemplaza. La voz de autorreferencia es esencial; no podemos tener una voz en el mundo si nos obligan constantemente a recurrir a traductores.
De inmediato, ‘La tiranía del mérito’, de Michael Sandels, con su análisis sobre las personas que han naturalizado su privilegio, creer que es lo mismo para todos, y no. No es lo mismo. En palabras de Brené Brown, hay variables de poder y perspectiva. Sin embargo, esta conversación se reduce a términos de racismo inverso, segregación y guetos, como lo cuestionó Sher Herrera en un artículo.
Ante el uso despectivo de la palabra gueto, Kevin Soto, de la revista ‘Matamba’, un colectivo de creativos de Marroquín II en Cali, tituló su columna: ‘¡Sí, soy del gueto!’ Nos recuerda que James Baldwin, desde Harlem; Carolina de Jesús, desde las favelas de São Paulo; o Kendrick Lamar, quien ganó el Pulitzer como un rapero de Cotton, influenciaron grandes movimientos culturales desde sus experiencias de vida en los guetos. Así como hay clubes hay guetos; en ambos se gestan procesos creativos, aun con y a pesar de sus connotaciones complejas.
Uno de los argumentos de la conversación con los que coincido es que es urgente una apuesta gubernamental renovada, ambiciosa, profunda, concreta y sistémica por la equidad educativa y literaria. Lo digo por mi experiencia con el plan de lectura y bibliotecas, la ley de bibliotecas, la renovación de la ley del libro, las ediciones bicentenarias de la biblioteca indígena y afrocolombiana, o programas como Renata, Libertad bajo palabra y Fuga de tintas en los centros penitenciarios. Así se critique el rol de organizaciones sin ánimo de lucro que han llevado a cabo proyectos piloto para impulsar transformaciones culturales con capacidades financieras y operativas limitadas, pero que jamás podrán reemplazar la acción de los gobiernos.
Estoy convencida de que en la casa del sector editorial en Colombia cabemos todos, incluso aquellos que hemos estado por fuera. Podemos habitar cuartos distintos y encerrarnos a veces, pero sin dejar de compartir la sala, el comedor y el balcón.
Nota: Agradezco los casi quince años como columnista. Sin embargo, creo –a propósito del tema de hoy– que necesitamos voces más diversas en los medios para poder enriquecer nuestras perspectivas y discursos como país.
PAULA MORENO
En X: @paulamorenoz