‘Una elección histórica’ fue el titular de The Guardian en este día, cuando la Gran Bretaña se dispone a hacer lo que con frecuencia hacen las democracias modernas: sacar a los gobernantes del poder por medio del sufragio.
Después de catorce años de dominar las mayorías parlamentarias, los conservadores se preparan para recibir el bofetazo de las urnas.
Con más tiempo, me habría encantado emprender la tarea que se propuso Mario Latorre en 1968: con una libreta de apuntes a la mano, se dedicó a observar cómo transcurría la jornada electoral en Colombia. El resultado fue su magnífico libro, Elecciones y partidos políticos (1974), de obligada lectura para entender la historia de nuestro país.
El ejercicio sería, sin embargo, muy diferente. Como lo sería el observar una elección colombiana de hoy en comparación con las de hace más de medio siglo.
Algunos contrastes perseveran. Las elecciones británicas transcurren en un día normal de la semana, como cualquier día de trabajo. Que la mañana de Oxford este jueves esté asoleada marca una diferencia en este verano hasta ahora frío y lluvioso.
Pero hay pocas señales en las calles de que estamos en medio de un día electoral, y en un momento de enorme significado. No hay conglomerados de gente. Ciertamente no hay ni “bandas de música, ni “murgas” ni otras manifestaciones del “espectáculo” que Latorre describiera en aquellas elecciones.
Al frente de algunas casas del barrio donde vivo, sus residentes han colocado postes de madera con anuncios modestos en favor del partido preferido por esta vecindad: ‘Aquí ganan los liberales demócratas’, dicen los pequeños carteles.
Tales escenas son impensables en un país donde las alternancias por medios electorales se impusieron hace mucho rato por encima de revoluciones y guerras civiles.
La propaganda electoral en espacios públicos sigue siendo bastante circunspecta en la Gran Bretaña –irable y paradójico en este país político–. No se ven vallas ni se llenan de afiches las paredes. En las estaciones del metro, plagadas de avisos comerciales, está prohibido fijar propaganda política. Parece un legado de otros tiempos cuando, según Martin Rosenbaum, la promoción política no se consideraba respetable.
Tampoco hay filas de gente ni muchedumbres en los sitios de votación. Ni activistas en sus alrededores haciendo campaña por sus candidatos. El puesto electoral de mi vecindario se encuentra al lado de unos garajes inhóspitos, en el salón trasero de una vieja iglesia. Las personas entran y salen tras cumplir con su función ciudadana, como si fuera una actividad más de la rutina diaria.
No siempre fue así.
En un ensayo reciente, Simon Schama evocaba épocas pasadas cuando las campañas electorales británicas tenían todos los aspectos de un carnaval, retratadas de manera magistral por William Hogarth en su serie de famosas pinturas sobre las elecciones en Oxfordshire en 1754 (Financial Times, 30/6/2024). The Polling (La votación) es una de ellas. Al fondo de la escena tumultuosa alrededor de la mesa electoral se divisa una verdadera batalla campal entre opositores políticos.
Tales escenas son impensables en un país donde las alternancias por medios electorales se impusieron hace mucho rato por encima de revoluciones y guerras civiles. Pero le sirven a Schama para invitarnos a reflexionar sobre qué tan “decisorio” va a ser este día electoral en Gran Bretaña.
No hay en democracia fallos absolutos. Las elecciones son su mejor herramienta, decisorias por un tiempo limitado. Al escribir estas líneas, todo predice un contundente triunfo laborista, con el liderazgo de Keith Starmer –lo único incierto es el margen de su victoria–. Una alternancia predecible y necesaria.
Si esta fue o no una “elección histórica”, solo el tiempo lo dirá.