Cualquier momento es bueno para emprender nuevos caminos que nos armonicen y, de este modo, poder reforzar nuestra nostalgia de hermanamiento en un mundo cada vez más dividido y tenso. Sin duda, hay que tomar otras actitudes de dimensión universal, porque hemos de ser uno, aunque seamos distintos. No podemos romper los parentescos que nos familiarizan como linaje, por muchas discrepancias que atesoremos en nuestro diario existencial.
Desde luego, frente a este aluvión de crisis y enfrentamientos que actualmente sufren todos los continentes, en mayor o en menor medida, es de gran importancia forjar relaciones pacíficas, amistosas y de aproximación.
Junto a ello, tan vital como la mano extendida es el vocablo justo en el momento preciso, esa diplomacia preventiva que debe acompañarnos siempre y que es una función esencial de las Naciones Unidas. Indudablemente, tal y como está el mundo en trágico desbordamiento de hostilidades, los esfuerzos humanos tienen que encaminarse a un cambio de visiones, que solo se alcanza con un corazón clemente.
En este sentido, no hay horizonte más positivo que las Naciones Unidas se hayan comprometido a abandonar la cultura de la reacción; y, en cambio, hayan adoptado la cultura de la prevención. Justo esta mediación es la que nos lleva a los acuerdos de paz, poniendo fin a los peligros existentes y evitando el surgimiento de la escalada de problemas nuevos. De ahí la importancia del buen talante para reconquistar las sensatas iniciativas de caminar unidos.
Nos estamos jugando nuestra propia continuidad como especie pensante. El cúmulo de controversias es grande, lo que exige un espíritu de colaboración y cooperación colectiva, entrando en diálogo sincero, con la disposición de atender y entender a las partes en conflicto. Los pactos han de ser inclusivos, coherentes con la normativa universal, pues de lo que se trata es de conciliar lo que parecía irreconciliable.
Llegará el día en el que la Tierra será morada de un latir conjunto. Como estrofa que somos, parte de ese poema interminable vivencial rezumará armonía en el instante que los vínculos se fraternicen. Querer es poder, sin duda. Tampoco existe gran talento sin una fuerte grafía. La voluntad es la que nos transforma; y así, el orbe nos crea y recrea cuando los soplos se besan en verso y se envuelven de paz con la mirada.
VÍCTOR CORCOBA HERRERO