La llegada de junio me agarró cansado. En primer lugar, estoy agotado de la inoperancia y la torpeza de un gobierno encabezado por un presidente que no ite errores y que cree que podrá ocultar su ineptitud a punta de arrogancia y de disculpas pueriles, con las cuales intenta lavarse las manos en vez de reconocer sus fallas.
Desde hace casi tres años, al comienzo de esta istración, la culpa de la debacle en que empezábamos a hundirnos ha sido de todo el mundo, menos del actual jefe de Estado o de su irable gabinete. De hecho, a lo largo de todos estos meses la responsabilidad ha recaído en el gobierno anterior, en el alto volumen de la inmigración venezolana, en la JEP, en el derrumbe de los precios del petróleo, en las disidencias de las Farc, en la pandemia, en las manifestaciones callejeras, en el Comité del paro, en los corresponsales extranjeros y hasta en conspiraciones internacionales.
Eso, sin contar con otro autor de esta crisis: el curtido candidato al cual el inexperto candidato derrotó en las elecciones presidenciales de 2018; tal y como lo insinuó el propio mandatario en ese reciente video de ‘yo con yo’, grabado en inglés.
En síntesis, me tiene harto el cuento de que todos son culpables, menos el gobernante o sus colaboradores. Sin reconocer el problema, es más difícil encontrar una solución.
En una democracia el objetivo no es imponer las ideas propias ni acabar con las convicciones del otro, sino aprender a convivir en medio de las diferencias.
Pero si la soberbia del Gobierno es extenuante, la testarudez de los dirigentes del paro no es que lo llene a uno de energía. Es increíble que después de cinco semanas quienes organizan las movilizaciones sigan creyendo que a punta de condiciones inflexibles van a avanzar en alguna dirección.
Si lo que pretendían con los bloqueos era llamar la atención, ese objetivo ya se logró de sobra. Por eso me parecería positivo que en vez de ‘desescalar’ los cierres de vías las despejen de una vez por todas. Al fin y al cabo, ya tienen la atención de organismos internacionales, empezando por Naciones Unidas; ya sus demandas están en conocimiento de numerosas organizaciones no gubernamentales nacionales y extranjeras, como Human Rights Watch, y ya las movilizaciones están siendo registradas por los principales medios de Europa y Estados Unidos.
Señores integrantes del Comité del paro, no abusen de la paciencia de tanta gente que, aunque se solidariza con sus reclamos, ya empieza a sentir en carne propia las consecuencias del estancamiento de la economía. Es hora de pasar de las exigencias desmesuradas a unas más aterrizadas, que permitan avanzar en una negociación pronta y eficaz.
En este punto, unos y otros deberían recordar que en una democracia la idea no es imponer las ideas propias ni acabar con las convicciones de los demás, sino aprender a convivir en medio de las diferencias, por muy profundas que sean.
Y, más allá de esa mesa de negociaciones inciertas, resulta también extenuante ver cómo los políticos tratan de justificar lo injustificable, condenando a sus rivales y defendiendo a sus simpatizantes, para tratar de quedar bien en una selfi, sin darse cuenta de que, si nos descuidamos, vamos a salir movidos todos en esa foto.
Por otra parte, me fatigan los medios que de buenas a primeras les abren espacios y micrófonos a los autores de teorías conspirativas, o que convierten en personaje del día a cualquier energúmeno que resuelve tomarse la justicia por su propia mano.
Como si fuera poco, me tienen agobiado las redes sociales, convertidas no solo en tribunales de inquisición, sino en galerías donde se comparten videos e imágenes sin filtro ni contexto, que solo contribuyen a exacerbar los ánimos.
Yo no sé si es por el vertiginoso ritmo de este año, o si es a causa del encierro, o si es un efecto secundario del frío bogotano, pero lo cierto es que estoy mamado. ¿Ustedes no?
Vladdo