Tan fácil que es permanecer en silencio, en vez de dedicarse a decir estolideces. Desgraciadamente, aunque la prudencia parece una cuestión elemental, la proclividad a hablar más de la cuenta no es una costumbre nueva ni es exclusiva de nuestra idiosincrasia. Charlatanes ha habido toda la vida, y son célebres las metidas de pata de personajes de la política, el periodismo, el deporte, e incluso de la ciencia, que salen con disparates imperdonables, y ni se dan por enterados. De tal magnitud es la cosa que desde hace mucho tiempo circula una simpática frase que sería muy apropiada para situaciones extremas, como las que vimos en el puente que acaba de pasar, y que tuvieron como protagonista al Presidente de la República.
“Es mejor quedarse callado y parecer tonto que abrir la boca y disipar las dudas”, dice la sentencia, muy sencilla y muy contundente a la vez, que le vendría como anillo al dedo al primer mandatario no solo a la hora de hablar, sino a la hora de escribir en X (o en Twitter, como le decíamos antes). Es más: son palabras que deberían colgar en cada pared de la Casa de Nariño, poner en cada teleprónter de Palacio e instalar como fondo de pantalla en cada celular y en cada computador a los que tenga Gustavo Petro.
Tan fácil que hubiera sido condenar sin rodeos los atentados terroristas perpetrados por los bárbaros del grupo Hamás, en vez de ponerse a dar vueltas para tratar de explicar lo inexplicable o de justificar lo injustificable.
Tan fácil que era unirse a las voces de otros dirigentes alternativos –como los gobernantes de Chile o Brasil, o el presidente del Gobierno español–, que rechazaron sin vacilaciones los crímenes cometidos el anterior fin de semana en Israel, en el que perdieron la vida centenares de personas indemnes, incluidos niños y mujeres, que terminaron convertidos en blanco de unos atentados alevosos e inaceptables.
Tan fácil que sería darse cuenta de que respaldar al pueblo de Israel no significa darle patente de corso al gobierno del tenebroso Benjamin Netanyahu para que siga violando el DIH.
Tan fácil que sería darse cuenta de que respaldar al pueblo de Israel no significa darle carta blanca al gobierno del tenebroso Benjamin Netanyahu para que siga violando abiertamente el DIH ni para que incumpla las resoluciones de Naciones Unidas, como lo ha hecho en tantas oportunidades.
Tan fácil que es exigir la liberación inmediata e incondicional de los rehenes israelíes y de otras nacionalidades secuestrados por Hamás, sin dejar de solidarizarse con los habitantes de Gaza –que en su gran mayoría es gente pacífica– ni de abogar por el establecimiento de un Estado palestino soberano y con plena autonomía.
Tan fácil que sería proponer un plan de cooperación judicial con las autoridades de Israel para investigar y aclarar crímenes políticos del pasado, en vez de ponerse a desempolvar sin articulación oscuros capítulos de nuestra triste historia.
Tan fácil que resultaría revisar las cifras de la violencia actual en Colombia –país que lleva décadas desangrándose, y donde este año se han perpetrado 73 masacres– antes de ponerse a darles cátedra de derechos humanos a otros gobiernos.
Tan fácil que es respetar los protocolos y convenios internacionales, en vez de dejarse dominar por la incontinencia tuitera para terminar convirtiendo las relaciones diplomáticas en política X(terior).
Tan fácil que sería dejar el teléfono a un lado y sentarse a leer algún texto de historia o a ver en YouTube, en la BBC o en la Deutsche Welle alguno de los numerosos documentales en los que se explica en detalle el conflicto entre Israel y Palestina. Eso le daría a uno una mejor perspectiva de lo que está ocurriendo en el Medio Oriente, para no salir a publicar ligerezas en las redes sociales.
Lo que sí no es fácil es entender por qué a Petro le gusta tanto complicar las cosas sencillas, y hacernos la vida más difícil.
VLADDO