“Yo estoy divorciada, sufría violencia por parte de mi pareja, duré cinco años con él, también violentaba a mis cinco hijos de 12, 7, 10, 4 y 2 años. Desde el noviazgo había señales de violencia, me prohibía hablar con mi familia, tener redes sociales y salir sola a la tienda. Yo pensaba que lo hacía porque me quería, pero al casarnos la violencia aumentó y no me dejaba trabajar. Llegué a una casa de acogida luego de demandarlo por intento de abuso sexual a mi hija mayor”.
El mundo no es un lugar seguro para las mujeres y niñas: 200 millones son mutiladas genitalmente, a 750 millones las casan antes de los 18 años, en 18 países los esposos pueden impedir que trabajen y en 49 no hay leyes contra la violencia doméstica. Una de cada cinco mujeres ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja (ONU Mujeres).
“En estos lugares, acogen mujeres víctimas de violencia y les brindan a ellas y a sus hijos refugio, protección, asesoría y herramientas desde el ser y el hacer. Viví allí junto a mis hijos varios meses, tiempo durante el cual me ayudaron con mi proyecto de vida: tutorías en istración del tiempo, finanzas y emprendimiento. Pero lo más importante: aprendí a creer en mí; a recuperar la esperanza, la tranquilidad, el amor propio, la autonomía. Después de recibir apoyo de quienes trabajan en estas casas y algunos recursos de instituciones aliadas comencé una nueva vida junto a mis hijos: alquilamos un cuartico donde nos acomodamos los cinco. Dormíamos unos encima de otros, pero dormíamos plácida y tranquilamente. Ese cuartico se transformaba en el día en mi negocio: un cuarto de belleza… sería ambicioso decirle salón. Solo cabíamos la clienta y yo; el lavacabezas era el lavaplatos, y el tocador era una mesa multifuncional: tocador, comedor y escritorio para mis hijos.
Pasó mucho tiempo para comprender que quizá para lo único que no somos capaces solas es para salir de las violencias.
No fueron tiempos fáciles, pero fueron los mejores de mi vida: renacer; entender que sí era capaz, que todo lo que había escuchado por tantos años de que no servía para nada, que sola no podía, que me iba a morir de hambre… ¡eran mentiras! Aprendí que afuera hay un mundo y un entorno dispuesto a ayudar, a escuchar, a abrazar; como esas clientas, que quizá habrían podido ir a unos verdaderos salones de belleza, pero prefirieron incomodarse un poco para darnos una mano y ayudarnos a salir adelante.
Pasó mucho tiempo para comprender que quizá para lo único que no somos capaces solas es para salir de las violencias. Necesitamos pedir ayuda, hablar, visibilizar para desnaturalizar. El lema de mi familia siempre fue “Aguanta, es tu esposo y el papá de tus hijos”, todas las mujeres de mi familia hemos sufrido violencia. Era normal para ellas. Al principio me arrepentía de haber tomado la decisión y pensaba que no iba a poder… Pero hubo un entorno que me ayudó a abrir los ojos”.
Esta es la historia de Luz, una historia que se repite día a día alrededor del mundo en millones de hogares que para muchas mujeres no son un lugar seguro. Puede ser la historia de quien esté leyendo estas líneas, de alguien de su familia, de una amiga, una compañera. Las violencias hacia las mujeres no distinguen edad, oficio, ni clase social. Nos matan por el solo hecho de ser mujeres.
Hoy Luz vive con sus hijos en un apartamento con varios cuartos, tiene su salón de belleza y ocho personas a cargo, y haciendo honor a su nombre: es luz para otras mujeres, les demuestran que cuando se es autónoma económicamente se abren miles de oportunidades para cumplir sus objetivos, sus sueños, y trazarse un proyecto de vida.
Para promover la autonomía económica es necesario abordar las barreras que tienen las mujeres para acceder al mercado laboral y al emprendimiento. Esto crearía empleos, facilitaría la participación de las mujeres en la economía y contribuiría al bienestar de toda la sociedad.
MARÍA SALDARRIAGA
Miembro de Women In Connection