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Opinión

Y la vida sigue

Qué ganas de un mundo en donde el delirio de un comandante no sea una fuerza capaz de mover a las masas y sepultar a un país en torno a un dictador.

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PROFESORA DE ESCRITURA CREATIVA, COLUMNISTA Y ESCRITORAActualizado:

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No solo muere quien deja de respirar. Muere también quien no se atreve a salir de su casa, porque afuera hay un carro con vidrios oscuros al acecho. Muere la madre que despidió a su hijo de diecinueve años tres días atrás, no sin antes insistirle en que no saliera a marchar. Muere la dignidad del hombre que escarba en los cubos de basura de un restaurante de lujo donde cenan otros hombres como él con el dinero que robaron. Mueren los jóvenes al partir en cada nueva despedida. Mueren los viejos en pueblos fantasmas mientras merodean por la casa vacía con la piel amarillenta a la espera de otra remesa con que comprar jabón o arroz.
Y a esas agonías se agregan las de todos los días. Mueren decenas de bebés por la bacteria que se esparció como la gangrena en un hospital sin alcohol ni medicinas. Muere el anciano desnutrido en un callejón oscuro por donde hace dos noches no pasa la luz ni el agua. Muere el niño por haber bebido agua contaminada mientras su mamá se frota los senos secos sin poder lactar a su recién nacida.
Muere el que se va, tanto como el que se queda. Muere el que olvida a cada rato y el que nunca se acuerda. Pero son más los que creen. Y como dice Arianne de Sousa-García en ‘Atrás queda la tierra’, su bellísima y poética crónica de Venezuela: “La esperanza de los que no tenemos nada es infinita”. Porque cuando ya no quedan andenes ni alumbrado público, cuando nadie recoge la basura y han cerrado escuelas y hospitales, cuando no se ven ni perros, ni pollos ni una rata siquiera en medio de las calles vacías, cuando parece como si hubiera pasado el fin del mundo, entonces, y solo entonces, la esperanza es lo único que nos queda.
Mueren los viejos en pueblos fantasmas mientras merodean por la casa vacía con la piel amarillenta a la espera de otra remesa con que comprar jabón o arroz
Porque también de anhelos se vive. Y porque a quien ya nada tiene solo le queda la fe. Y es gracias a que queda alguien más en quien confiar, por quien sentir compasión, afecto, respeto, gratitud, que podemos continuar. Es entonces cuando descubrimos que la única salida somos nosotros mismos, los que así como podemos amar y creer también traicionamos, arrasamos, nos envenenamos de odio y de poder. Eso es ser gente. Tener el superpoder para alumbrar la tierra o bien para apagar la luz y dejar a nuestro pueblo entre tinieblas.
Llamo a una amiga en Guatire. Me dice que si voy a escribir no la cite: “Ya ni a publicar opiniones en redes me atrevo”, añade. “Las calles están tan vacías... yo creo que hasta los malandros se fueron”, agrega. Vanesa me habla de retenes, requisas, hombres armados en cada esquina. Dice llevar cinco días sin salir. Otra amiga que está en San Antonio de Táchira me habla de los cortes de luz: “Una oscuridad sin fondo que pareciera que no se acaba nunca”. Para Jacqueline, que me habla desde Caracas, “parece como si lleváramos días en primero de enero, solo que sin fiestas”.
Mariana me dice que salir a la calle se convirtió en una proeza de verdaderos héroes. Antes de despedirnos comenta que si algo positivo hay en todo esto, es la contundencia de las pruebas de un fraude. Nadie podrá negar que Venezuela está padeciendo una dictadura atroz: “Ya el mundo sabe, ya no pueden seguir tapando el sol con las manos, algo tendrá que cambiar”, concluye. Y como en una letanía, la de las mujeres sabias, recias, las que no eligieron su traje de heroínas pero se han visto forzadas a llevarlo, y lo hacen de la mejor manera que pueden, se despide diciendo: “La vida sigue”.
Entonces me digo, no han perdido la esperanza. Han pasado veinticinco años desde que la promesa empezara a resquebrajarse y siguen creyendo en la humanidad, en un futuro posible, en su terruño, en la fuerza de la comunidad. Qué ganas de encontrarnos otra vez, pienso. Qué ganas de darles un día un abrazo y tomarnos una cerveza bien fría. Y también, claro, qué ganas de un mundo en donde el delirio de un comandante supremo, eterno e inmortal, deje de ser una fuerza capaz de mover a las masas y sepultar a un país en torno a un dictador de turno.
MELBA ESCOBAR
En X: @melbaes

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