“Al principio, la Tierra estaba llena de fallos y fue una ardua tarea hacerla más habitable. No había puentes para atravesar los ríos. No había caminos para subir a los montes. ¿Quería uno sentarse? Ni siquiera un banquito, ni sombra. ¿Se moría uno de sueño? No existían las camas. Ni zapatos, ni botas para no pincharse los pies (...). No había nada de nada. Cero tras cero y basta. Solo estaban los hombres (y las mujeres, agrego yo), con dos brazos para trabajar, y así se pudo poner remedio a los fallos más grandes. Pero todavía hay muchos por corregir: ¡arremánguense, que hay trabajo para todos!”.
Pensé en esos fragmentos de ‘Historia universal’, de Gianni Rodari, uno de los más breves y bellos cuentos de la literatura infantil contemporánea, para dar la bienvenida a este gobierno que se levanta un lunes, en Colombia, con útiles nuevecitos y las tareas sin hacer. Y no porque crea en el adanismo de inventar todo de cero, que suele atribuirse a un nuevo mandato, sino por esa invitación final que supone lo contrario: “Arremánguense, que hay trabajo para todos”. Al venir de Rodari, un maestro italiano de la resistencia antifascista que obtuvo el Premio Andersen de Literatura y que, sobre todo, ha inspirado a niños y maestros de todo el mundo con su ‘Gramática de la fantasía’, la invitación tiene un sentido de trabajo colectivo, que puede inaugurar otros liderazgos.
En estos momentos de gran simbolismo –pero también de inmensas dificultades–, “arremangarnos” implica asumir una responsabilidad por el país que tenemos y que hemos hecho entre todos. Según el balance preliminar divulgado por Niñez YA, con las cifras disponibles hasta el 15 de julio de 2022, es un país donde se registró un aumento del 49 por ciento en muertes por desnutrición durante 2020 y 2021 y donde la tasa de deserción escolar retrocedió a los niveles de 2016, es decir, a un 3,47 por ciento de estudiantes que abandonaron la escuela (¿a dónde van los que no pueden seguir estudiando?). Estas cifras se conjugan, y no por casualidad, con unos niveles de aumento del reclutamiento ilegal de menores de 256 por ciento en 2021 (según la JEP), y con cifras de violencia intrafamiliar que no están debidamente documentadas, lo cual hace más difíciles los procesos de prevención y restitución de derechos.
Este país aterradoramente inequitativo que sigue sin acusar recibo del llanto de hambre de niños y niñas que crecen con una comida al día, sin la nutrición física y cognitiva esencial que requieren para tener un proyecto de vida, exige cambios que nos involucran como ciudadanos, que involucran a los gobiernos locales y regionales, y que afectarán los bolsillos de todos. Si, como ya ha sido dicho, se necesitan 50 billones de pesos adicionales (y, al mirar con cuidado, quizás puedan ser más), esto significa que vienen tiempos desafiantes para todos los que podemos leer de corrido estos párrafos, que no somos todos los colombianos: es importante dejar constancia.
Más allá de las cifras, ocultas o visibles, ese es el primer dato en el que coinciden lo simbólico y lo real, y que empieza a quedar claro en este gobierno: que existe un país que “no ha existido” hasta ahora y que, el hecho de no haber querido mirarlo, en vez de desaparecerlo, lo ha hecho más elocuente. Parece una paradoja, pero es precisamente hoy, lunes, cuando quedan atrás los festejos y comenzamos a barrer los rezagos de la fiesta, y llega la realidad apabullante de los días hábiles (al parecer, tan iguales a los de antes y a todos), cuando más necesitamos tener claro el contenido simbólico de la apuesta que hizo Colombia. Los tiempos difíciles que vienen –y la deuda con este país– no son de Petro. Arremanguémonos, que hay trabajo para todos y todas.
YOLANDA REYES