‘El Nobel de Odebrecht’ es el título de portada de la revista ‘Semana’, y está ilustrado con una foto muy “institucional” del expresidente Santos. “Se cierra el cerco sobre Juan Manuel Santos y los dineros sucios de la multinacional y los sobornos que entraron a sus campañas en 2010 y 2014”... Esas palabras, cuidadosamente elegidas, editorializan la imagen de la carátula para anunciar la revelación de “todo el entramado, las pruebas, la ruta del dinero y la identidad de los protagonistas de este escándalo”. Unos días antes, la revista ‘Cambio’ había recogido en otro titular las palabras escritas por el expresidente Ernesto Samper al enterarse de las pruebas de la Fiscalía sobre la campaña de Santos: “Todas las campañas, no solo la mía, fueron penetradas por narcotráfico o corrupción”.
En la “polémica declaración” –como la llama ‘Cambio’–, tomada de la cuenta del expresidente en Twitter/ X, Samper afirma que “parece que llegó el momento de abordar a fondo el tema de la financiación de las últimas campañas presidenciales. Todo indica que todas y no solamente la mía o la de @petrogustavo fueron penetradas por los dineros del narcotráfico o de la corrupción pública. Que se sepa todo de todos y se apruebe la financiación estatal de todas las campañas”.
Sus declaraciones, que llegan con más de dos décadas de retraso, son secretos a voces y, aunque no conozcamos “el entramado y la ruta del dinero” de los nuevos episodios, no parece haber un colombiano que ignore, y desde mucho antes de que Samper lo “descubriera”, la relación entre las elecciones y la compra de votos y de contratos con dinero del narcotráfico y de corrupción.
Si esto ha sido una constante electoral, se nos ha hecho muy tarde para añadir, a las clásicas preguntas sobre la elaboración de las noticias (qué, cuándo, dónde, cómo), la pregunta elemental sobre el porqué: ¿por qué pasó y sigue pasando lo mismo en todas las elecciones? Si ocurrió tantas veces, ¿es posible creer que el mismo patrón electoral no se repetirá en las próximas elecciones? ¿Alguna autoridad, algún candidato, algún periodista o un ciudadano cree que se trata de casos aislados? ¿Qué tienen los hechos en común, y las circunstancias en donde ocurren, para garantizar esta repetición periódica?
Si bien la propuesta de Samper de intervenir en la financiación de las campañas puede asemejarse, a primera vista, a la de un escolar pillado en falta (“que se sepa todo de todos”), señala una ruta para analizar, más allá de los nombres del momento, cómo se financian las campañas electorales en Colombia, cuánto cuestan y cómo es de difícil (de imposible) conseguir plata para comprar votos. Sí: comprar votos, porque no es necesario ser un fiscal especializado para saber que el voto de opinión es escaso en muchos lugares del país, que la gente vive lejos de los centros de votación y que no sale a votar un domingo –por qué tendría que hacerlo, si luego da lo mismo– a menos que la recojan en un bus y pueda esquivar las trochas y las lluvias, y le paguen su voto y le encimen un almuerzo.
¿De dónde sale ese dinero, especialmente en la segunda vuelta, cuando la diferencia entre un candidato y otro es mínima y de eso dependen el candidato y sus equipos durante los cuatro años, o quizás durante el resto de la vida? Si los que hacen donaciones por simpatía partidista dejan de contestar llamadas, ¿dónde encontrar plata, y quién se encarga de hacer esos trabajitos a las espaldas? Además del interés por un almuerzo, hay enormes intereses que todos conocemos y hay que prestar atención porque todo ha sido dicho. Pero informar va más allá de contar lo que todos ya sabemos, y en esa diferencia entre decir o esclarecer está, o debería estar, el trabajo de los medios.
YOLANDA REYES