La pandemia del covid-19 marcó como ningún otro fenómeno reciente la vida de la humanidad en este 2020 que termina, más allá de la devastación estrictamente sanitaria relacionada con el altísimo número de muertos, de contagiados y el colapso de los sistemas de salud, incluso, de los países más desarrollados.
El impacto fue brutal en las relaciones entre los pueblos, que se tuvieron que autoimponer severos aislamientos y vieron el desplome de sus economías y la contracción de los intercambios comerciales a niveles difíciles de recordar en épocas recientes. De hecho, la repartición equitativa de las vacunas en todo el mundo, que rápidamente fueron acaparadas por los países más influyentes del contexto internacional, se plantea como uno de los desafíos geopolíticos y humanitarios más trascendentales del 2021. Garantizar el y coordinar la logística para aplicar millones de dosis es un tema que ya desvela a todos los gobiernos y que debe garantizarse como un asunto de máxima prioridad en las agendas locales y multilaterales.
A pesar del covid, muchos procesos relacionados con la vida internacional no se detuvieron y continuaron su paso, para bien o para mal, dependiendo de la óptica de quien lo observe. Y en ese sentido, hay que resaltar la derrota de Donald Trump en la carrera en la que aspiraba a la reelección, lo que para muchos significó el comienzo del fin del populismo en las grandes democracias, o a lo sumo en las grandes potencias occidentales, y el regreso de Estados Unidos a la vida internacional.
Esto podría ser visto como algo positivo salvo que la alta votación obtenida por el magnate resultó entendiéndose como una inquietante demostración de que las mentiras, las noticias falsas, la manipulación mediática y el desastroso manejo de la pandemia no hicieron mella en la devoción de sus seguidores, que, apelando a toda suerte de complots y manipulaciones, aún hacen intentos para que no pierda su lugar en la Oficina Oval. De hecho, en el momento de escribir estas líneas, Trump no había reconocido la victoria de Joe Biden.
Es cierto, Trump perdió, casi por paliza respecto a los votos tanto populares como del Colegio Electoral obtenidos por el demócrata, pero el daño que les hizo a la democracia, a la institucionalidad y a la política exterior de su país será difícil de revertir, porque lo suyo derivó en un abandono del liderazgo internacional estadounidense en asuntos sensibles para el mundo.
En la misma onda de los gobiernos populistas, el recientemente anunciado acuerdo del primer ministro británico, Boris Johnson, con la Unión Europea para una salida concertada y controlada del bloque terminó siendo un mal menor, porque un ‘brexit duro’ hubiese significado incluso mayor ruina para las dos partes en tiempos verdaderamente complejos.
Por los lados del vecindario, el dictador Nicolás Maduro volvió a salirse con la suya. Sacó adelante unas elecciones parlamentarias sin garantías y sin casi oposición para adueñarse del único poder que no controlaba y dejar sin piso constitucional la posición de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela. Eso, a pesar de las sanciones, de la intensa presión internacional y del calamitoso estado de la economía, que ha provocado la huida de millones de sus ciudadanos. La llegada de Biden a la Casa Blanca podría significar un enfoque diferente para abordar esa crisis, en el sentido de impulsar un gobierno de transición contando con los chavistas, no borrándolos, como parecía ser el plan de la oposición, que de nuevo quedó en deuda, pues sus profundas divisiones y contradicciones no permiten avanzar en una estrategia unitaria que desafíe con seriedad la permanencia del chavismo en el poder.
En el vecindario, el dictador Nicolás Maduro sacó adelante unas elecciones parlamentarias sin garantías y sin casi oposición para adueñarse del único poder que no controlaba
En términos similares en cuanto al mal desempeño de la oposición hay que resaltar el regreso del evismo al poder en Bolivia. Una oposición fracturada, pero más un desencanto con lo hecho por la dirigencia de derecha en su ‘paloma’ presidencial posibilitó el triunfo del delfín del expresidente indígena, Luis Arce. Algo, quizás mucho, hizo muy bien Morales en su larga gestión y eso su pueblo se lo ha reconocido.
La sin fondo y casi estructural crisis económica argentina; la permanencia de Ortega en Nicaragua a pesar de sus exabruptos; los desaciertos de Bolsonaro en Brasil para manejar la pandemia; el camino animado hacia una nueva Carta Magna en Chile que sepulte la de la dictadura pinochetista, y la movilización de miles de jóvenes en Perú para restablecer el orden tras el dudoso asalto constitucional del Parlamento que terminó con la salida del popular Vizcarra de la presidencia, entre otros, marcaron un 2020 dinámico e histórico en la región que termina el año muy maltrecha por el virus y con inestabilidades institucionales, económicas y estructurales que podrían reventar en alzamientos ciudadanos como los vividos a finales del 2019 y que la pandemia aplazó. De momento, solo de momento.
EDITORIAL