El martes 20 de mayo de este año, en la 78 Asamblea de la Salud celebrada en Ginebra (Suiza), los Estados de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se sumaron con convicción al primer Acuerdo sobre Pandemias después de tres años de arduas discusiones. El resultado de la votación, reveladora, fue 124 a favor, 11 abstenciones y 0 en contra. Se trata, claro, de una consecuencia más de la catastrófica pandemia del covid-19, que tomó al planeta por sorpresa. Se busca algo clave, como que todos los países se encuentren preparados para responderle a cualquier situación semejante en el futuro.
Sigue implementar el Acuerdo: fortalecer los sistemas de salud para la prevención, la preparación y la respuesta ante las pandemias; garantizar el equitativo a los diagnósticos, las protecciones, las atenciones y las vacunas sin que la OMS pueda afectar las soberanías nacionales. Es un trabajo que apenas comienza: “Si bien celebramos este logro colectivo, también reconocemos que el trabajo continúa”, dijo Jarbas Barbosa, director de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). “Debemos seguir apoyando a los países en el fortalecimiento de sus capacidades, no solo para futuras pandemias, sino también para responder eficazmente a brotes actuales como los de fiebre amarilla y sarampión”.
Es un acuerdo serio: crea un sistema multilateral de a patógenos, una red global de suministros que mejora la distribución de productos, y una serie de condiciones a la inversión del dinero público como precios llevaderos, tecnologías compartidas y facilitación de licencias. Se siente la ausencia de Estados Unidos en el proceso. Y depende, por supuesto, de la voluntad política de los Estados en tiempos de posverdades –y en días de cuestionamientos populistas a los tratados multilaterales–, pero es un paso adelante, con vocación a la justicia, que puede lograr que la crisis de 2020 jamás se repita.