Hubo una época, no hace mucho tiempo, en el que la gente podía desconectarse. Llegaba del trabajo o del colegio a vivir una vida lejos de las vicisitudes laborales y los dramas de los patios de recreos, y podía dejar ciertos asuntos para el día siguiente. Por culpa de la tecnología, que ha avanzado a pasos agigantados en las últimas décadas, cada vez es más difícil alejarse de los os del teléfono celular o de los seguidores de las redes sociales. Y el resultado, como lo han demostrado diferentes estudios, es el riesgo de caer en la adicción a las redes y de sufrir aislamientos, disociaciones, depresiones y ansiedades.
Viene al caso esta reflexión porque una demanda en el tribunal federal de Oakland, California, ha puesto en evidencia que tanto las cabezas de Facebook como los propietarios de TikTok estaban advertidos de las consecuencias negativas que puede traerles a los menores de edad el uso constante de estas plataformas, y que no manejaron semejante revelación con la compasión que requiere una crisis de salud mental, sino con la diligencia que necesita un lío de relaciones públicas.
La adicción a las redes sociales es un hecho. Ya se ha debatido en las instancias adecuadas el uso indebido de los datos de millones de s durante las campañas de 2016. Pero es igual de importante hablar de los matoneos, de los serios problemas de amor propio, de los trastornos alimenticios, de los insomnios y de, incluso, la tentación de quitarse la propia vida, que las redes –y el hecho de estar conectado todo el tiempo– han traído a las vidas de los niños y los jóvenes de estos últimos años.
El portavoz de Meta, la empresa detrás de WhatsApp, Facebook e Instagram, ha defendido la enorme inversión que se ha hecho en el presupuesto para el apoyo emocional de sus afiliados. Pero también se ha estado insistiendo, en el tribunal de Oakland, en que las cabezas de las plataformas han tenido claro que no han hecho lo suficiente por el bienestar de sus s. Es tiempo de hacerlo.
EDITORIAL