Han sido iluminadores aquellos comentaristas que han señalado que la angustiosa Adolescencia, la serie inglesa de Netflix que todo el mundo comenta, es sobre todo una revelación para los padres en estos días en los que los hijos tienen teléfonos inteligentes desde que dejan de ser niños. El retrato de los papás del adolescente (13 años) acusado de asesinar a una compañera de colegio, que lo había llamado "incel" y se había negado a salir con él, es una alerta para estas sociedades hiperconectadas en las que –a la manera de los panópticos– todos nos miramos y nos interpelamos a todos las 24 horas de los siete días de la semana.
Adolescencia, una serie de cuatro capítulos tan cinematográficos como teatrales porque son narrados en un solo plano sin cortes –y cada uno es una pequeña proeza de la coreografía y de la cámara al hombro–, es una trama devastadora que sin embargo resulta más que relevante ahora que los jóvenes de 13 años en adelante han llegado a tomarse las redes sociales: deja en evidencia lo real que se ha vuelto la virtualidad, pero también muestra con temor, con afán de comprender y de denunciar, las frustraciones de las masculinidades que no obstante tanta información, no obstante tantos esfuerzos para conseguir la igualdad entre los géneros, no han dejado atrás sus peligrosas fragilidades.
Hubo, en las generaciones anteriores, campañas institucionales que preguntaban "¿sabe usted dónde están sus hijos en estos momentos?" a las familias colombianas: Adolescencia, que ha sido vista por 97 millones de personas en el mundo en apenas tres semanas, deja en claro que ya no basta con saber que los niños están en la habitación del lado, y es necesario que los padres –los adultos, en general– redoblen esfuerzos, sean más conscientes que nunca del viejo propósito de "dar ejemplo" y eduquen a los que vienen en el respeto por las vidas de los otros adentro y afuera de las redes.