La persistencia del covid-19, que muestra su cara una vez más en el país, subraya la urgente necesidad de aplicar las lecciones aprendidas durante la pandemia. En este escenario, el papel de las autoridades sanitarias emerge como fundamental, exigiendo un liderazgo claro y sobre todo unificado, que ratifique que no se puede improvisar.
En este contexto y dada la aparición de nuevas variantes virales, la prevención se erige como la primera línea de defensa. Las medidas de distanciamiento, el uso de tapabocas y el lavado constante de manos son prácticas que la experiencia ha demostrado como eficaces.
De ahí que los responsables de la salud deban liderar –sin ambages– la promoción y ejecución de estas medidas, instando permanentemente a la población a ser proactiva en su aplicación, bajo la premisa de que no hay nada que inventar, sino de refrendar el compromiso colectivo.
También le corresponde al sistema de salud garantizar un suministro constante y accesible de las vacunas para todos.
De igual forma, no se debe olvidar que la comunicación transparente es esencial. Las autoridades deben proporcionar información clara y actualizada sobre la situación, las medidas tomadas y la disponibilidad de recursos. La confianza del público se construye sobre el rigor y la transparencia.
Demostrado está que el trabajo colaborativo entre diferentes entidades, incluyendo el Gobierno, el sector privado y la sociedad en general, es fundamental, por lo que se debe retomar la coordinación de esfuerzos para garantizar el equitativo a recursos, pruebas y servicios hospitalarios, tal como se hizo en la pandemia, y no solo para enfrentar la presencia del covid-19, sino de todos los demás virus que hoy conforman la comparsa biológica que en medio de un pico respiratorio vuelve a sembrar inquietudes en una comunidad que no olvida los desastres que dejó el Sars-CoV-2.
Y aquí es obligado hablar de la vacunación y destacarla –sin titubeos– como la piedra angular de la prevención, más cuando los movimientos antivacunas merodean con argumentos sin soporte científico, para filtrarlos por cualquier rendija que conceptual y prácticamente dejen en las entidades y los encargados de su aplicación. Las autoridades deben garantizar un suministro constante y accesible de estos biológicos para todos los ciudadanos. No hay espacio para excusas. Su disponibilidad debe ser una prioridad, porque no solamente protege a los individuos, sino que también contribuye a la inmunidad colectiva.
La definición de personas que inevitablemente deben vacunarse, la ubicación de los puestos de vacunación, el número de biológicos existentes y los horarios de atención tienen que estar permanentemente actualizados y disponibles sin lugar a interpretaciones para toda la población. Es lo menos que se debe hacer, dada la incertidumbre que por estos días plantea la presencia creciente de la subvariante de ómicron JN.1, que, si bien su elevada agresividad y mortalidad fueron descartadas científicamente, tiene una mayor capacidad de transmisión que sus antecesoras.
En síntesis, el covid-19 le insiste, por un lado, a la gente que lo aprendido en la pandemia hay que aplicarlo permanentemente, y por otro, a las autoridades sanitarias, que todas sus acciones no caducaron al levantarse la emergencia.
EDITORIAL