Estados Unidos, Francia y, en general, los países occidentales no parecen tener muchas dudas de que los bombardeos recientes que mataron al menos a 42 personas en Duma fueron perpetrados por fuerzas del ejército de Siria con la complicidad de Rusia e Irán.
Moscú y Damasco, por su parte, aseguran que no hubo tal ataque químico y lanzan serias amenazas por si Occidente decide emprender una campaña de bombardeos en retaliación.
Si los primeros tienen razón, sería una gravísima violación de las leyes internacionales y de la palabra de los presidentes Bashar al Asad y Vladimir Putin, que en 2013 se comprometieron, al parecer sin cumplirlo, a retirar de la geografía siria cualquier vestigio de arma química.
Y, si no la tienen, igual lo sucedido en Duma es otro desgarrador episodio de esta guerra, pues un elevado número de muertos corresponde a civiles que murieron asfixiados y en medio de una inhumana agonía, según los testimonios recogidos en el lugar de los hechos.
A raíz de los comentarios desatados ayer en redes sociales por el presidente estadounidense, Donald Trump, que dijo darse un compás de 48 horas para anunciar sus decisiones, lo más probable es que haya una escalada militar contra objetivos del régimen sirio, aunque no es claro de qué naturaleza.
Ayer, en el Consejo de Seguridad de la ONU, se debatía un proyecto de resolución que, entre otras cosas, incluía la instalación de un mecanismo investigador independiente para determinar si sí hubo un ataque con armas químicas, como lo creen Washington y París. Por supuesto, Rusia anunció su bloqueo, lo que abre las puertas a una intervención militar que no se sabe si sería una acción conjunta de los aliados o solo de las fuerzas estadounidenses.
Como sea, esta guerra siria agota todos los calificativos del horror, y al entrar en su octavo año no se percibe un fin probable ni cercano, pues el mundo solo se sacude cuando ocurren estas atrocidades, pero cuando pasa el efecto asombro se vuelve a olvidar de la peor tragedia en lo que va del siglo XXI.
EDITORIAL