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Editorial

Bogotá y el agua

La crisis en el suministro del líquido seguirá. Las medidas que se adopten deben ser a mediano y largo plazo. La clave ahora: seguir ahorrando.

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Todo parece indicar que Bogotá podría verse abocada a vivir una Navidad en emergencia por la escasez de agua. Desde que comenzaron los ciclos de racionamiento, hace ocho meses, la situación no se ha normalizado. Las lluvias fuertes que se necesitan no aparecen y el ahorro voluntario por parte de la ciudadanía se queda corto. Para colmo, el fenómeno de La Niña se ha desplazado y eso podría complicar las cosas. Todo ello ha llevado a la ciudad a plantearse una pregunta inimaginable en otros tiempos: ¿de dónde saldrá el agua para las próximas generaciones?
El alcalde Carlos Fernando Galán, que en un momento se mostró optimista porque las lluvias habían vuelto y eso permitió relajar la restricción, hoy reconoce que la situación es crítica, que los embalses están en niveles poco antes vistos y que de mantenerse esa tendencia habrá que recurrir a medidas más estrictas. El diagnóstico es conocido. El fenómeno de El Niño, olas de calor que generaron incendios voraces y pocas precipitaciones en los embalses que abastecen a la ciudad conformaron un coctel perfecto para desatar la crisis. El embalse de Chuza, por ejemplo, debería estar en niveles de 70 % y está en 33 %.
Galán, en diálogo con este diario, dijo que si bien la tendencia a la baja logró romperse, de llegar a niveles inferiores al 36 % en Chuza y San Rafael, sumados, habrá racionamiento de agua dos veces a la semana. Es lo que se conoce como el día cero. De ahí que desde la Presidencia de la República se esté sugiriendo declarar situación de desastre lo que viene sucediendo, y para ello está prevista una nueva reunión entre la Alcaldía y el Ejecutivo para explorar salidas conjuntas que permitan superar la situación. Que el Gobierno Nacional y la istración Distrital estén trabajando juntos en este frente es algo positivo para la capital.
Bogotá tiene otro día cero que no da espera: garantizar el líquido que demandarán 13 o 14 millones de personas en el futuro inmediato
Varias reflexiones surgen al compás de la emergencia actual. La primera es el urgente llamado a proteger los recursos naturales. La tragedia que vive la Amazonia, producto de la tala indiscriminada de sus bosques, incendios y degradación, inciden directamente en las precipitaciones que necesita Bogotá para tener agua. Es de esperar que la COP16 aborde con urgencia este tema y salgan de allí propuestas que permitan revertir las cosas cuanto antes. Bogotá necesita de la Amazonia más de lo que la gente se imagina.
Por otro lado, es imperioso que Bogotá asuma con prontitud y sensatez la tarea de hallar nuevas formas de abastecimiento de agua para sus habitantes y vecinos. Con el cambio climático y los vaivenes de la naturaleza, depender de Chingaza como principal abastecedor es riesgoso. Pensar en un segundo Chingaza es costoso y ambientalmente difícil, pero se requiere un estudio desapasionado que permita tomar la decisión correcta. Y está la opción de explotar agua subterránea, que suena obvio, pero también trae sus complejidades.
Por ahora parece prudente lo que sugiere el alcalde Galán: que el Gobierno permita captar agua de la planta de tratamiento del Salitre para uso industrial y bajar la presión de Chingaza; que la CAR facilite a la ciudad traer más agua del río Bogotá para ser tratada y que la gente siga ahorrando. Eso en el corto plazo, pero, insistimos, Bogotá tiene otro día cero que no da espera: garantizar el líquido que demandarán 13 o 14 millones de personas en el futuro inmediato.
EDITORIAL

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