Hace pocos días se llevó a cabo una nueva jornada sin carro en Bogotá y algunos municipios vecinos. La medida sacó de las calles alrededor de 2,3 millones de vehículos, incluyendo motos. Fue, de nuevo, un espacio que invitó a una reflexión cada vez más necesaria en torno a la calidad del aire que se respira en la ciudad y al alcance de las políticas de la istración a la hora de contribuir con un ambiente más sano.
Vale la pena resaltar el buen comportamiento de la gente. Ya no se escuchan las voces estridentes que critican la medida y su efectividad o los trancones que persisten en puntos específicos. Los ciudadanos han venido adoptando nuevas formas de movilidad que ayudan a generar conciencia acerca de lo valioso que resulta poner un grano de arena en aras de un bienestar mayor.
Quizás lo más revelador haya sido el empuje del teletrabajo, que contribuyó a reducir, incluso, el número de ciclistas en la calle ese día, más de 86.000, mientras que alrededor de 3,2 millones de personas se abstuvieron de usar el transporte público, fruto, entre otras, de las lecciones que dejó la pandemia de covid-19.
Seguir promocionando medios alternativos como el sistema de bicicletas compartidas, que ayer arrancó con éxito, es la clave.
En cambio, sí sorprendió que a la hora de los balances estos no disten mucho de lo que ha sucedido en jornadas similares en años anteriores: se dejaron de emitir miles de toneladas de dióxido de carbono, lo que se traduce en un 38 % menos de material particulado, y el ruido también disminuyó ostensiblemente. Pero, en general, el impacto en la calidad del aire dista de las expectativas creadas.
Una vez más hubo factores exógenos como exceso de calor en otros lugares del continente y “ondas tropicales” que retuvieron el aire y nos pusieron al borde de una declaratoria de emergencia. Y, según la propia istración, el sector de Carvajal-La Sevillana fue el que marcó los índices más regulares en cuanto a calidad del aire. Lo cual ya se ha vuelto común. Como también se sabe que el transporte obsoleto, las fábricas, el mal estado de las vías y seguramente la cantidad de frentes de obra abiertos en la actualidad están contribuyendo al deterioro ambiental de la capital.
De manera, pues, que el diagnóstico es más que claro y las soluciones aún requieren ajustes contundentes. Que el transporte de carga sea el responsable del 42 por ciento de las emisiones contaminantes tiene que dejar de ser retórica y ponerle punto final. Lo mismo sucede con las fuentes fijas de la ciudad o con aquellos corredores viales que siempre constituyen el lunar del día sin carro, para no hablar del desmesurado crecimiento del parque automotor, que cada vez asfixia más a Bogotá.
Pero así como el diagnóstico es claro, las soluciones también: hay que apostar por más troncales con buses no contaminantes –ya la capital es la segunda ciudad del mundo en esta materia–, urge acelerar los sistemas multimodales y hacer del transporte público una experiencia más agradable para los s si queremos volver a recuperarlos. Y, por supuesto, seguir promocionando medios alternativos como el sistema de bicicletas compartidas, que ayer arrancó con éxito. Son este tipo de medidas las que nos permitirán hacer un balance más equilibrado de jornadas como el día sin carro.
EDITORIAL