“Por sus descubrimientos sobre modificaciones de bases de nucleósidos que permitieron el desarrollo de vacunas eficaces de ARN mensajero contra el covid-19”, así justificó el jurado del Premio Nobel de Medicina la entrega de este reconocimiento –en su edición 2023– a los científicos Katalin Karikó y Drew Weissman, que lo recibirán el 10 de diciembre, fecha en la que se conmemora la muerte del creador de estos premios: Alfred Nobel.
La científica húngara y el investigador estadounidense adelantaron un trabajo con el que –como pocas veces– toda la humanidad terminó relacionándose de manera directa o indirecta, dado que constituyeron las bases para desarrollar las vacunas que permitieron doblegar una de las mayores amenazas de los tiempos modernos.
Pero el asunto no para ahí, porque estos adelantos –que además pudieron llevarse a la práctica con una rapidez sin precedentes– presentaron una nueva forma de hacer vacunas estimulando al propio organismo para que produzca las proteínas del virus o del factor dañino para producir defensas sin necesidad de inyectarlos. Son las vacunas génicas que ya empiezan a cambiar la manera de prevenir muchos males, incluidas algunas formas de cáncer.
No sobra decir que el Instituto Karolinska de Estocolmo, en nombre de la Academia Sueca, también premia la persistencia, la paciencia y la tolerancia acumuladas en este par de galardonados, porque han sido públicas las palabras de la doctora Karikó, que dan cuenta de los continuos rechazos que tuvieron sus primeras investigaciones, al punto de perder su trabajo en la universidad, lo mismo que el trato negativo que por circunstancias similares recibió el profesor Weissman; frente a los cuales hoy la humanidad se inclina en agradecimiento, como ya lo hizo hace unos meses cuando merecidamente recibieron el Premio Princesa de Asturias por los mismos logros. Por último, tocarse el brazo izquierdo y sentir que ahí está depositado parte del merecimiento de un Premio Nobel es algo que casi nunca pasa.
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