Tras más de un año de incertidumbre, el país ya tiene contralor general. El Congreso eligió nuevamente a Carlos Hernán Rodríguez, el mismo aspirante que había salido favorecido en agosto de 2022, pero que meses después tuvo que abandonar el cargo luego de que el Consejo de Estado declaró nula su elección al encontrar irregularidades en el proceso.
Es una buena noticia que la entidad a cargo del control fiscal en un país donde los episodios de malversación de fondos del erario tristemente se dan silvestres ya tenga una cabeza. Se trata de una persona con una hoja de vida notable, en la que se encuentran méritos para ejercer un cargo tan importante. Credenciales que deberá confirmar una vez tome posesión.
No es una tarea fácil. Rodríguez llega a liderar la Contraloría en un ambiente complejo, ya decíamos, de escándalos en el sector público que han indignado a la ciudadanía. Su principal responsabilidad será demostrar, desde el primer día, que no es ajeno al deber de ingratitud con quienes lo eligieron. Es decir, los congresistas y, sobre todo, las fuerzas políticas que estos representan. Y si bien es valioso que tenga buena interlocución con el Ejecutivo, está obligado a mantener la distancia que los cánones del Estado de derecho indican para que la separación de poderes y los engranajes del sistema de frenos y contrapesos funcionen correctamente para bien de la democracia.
De Rodríguez se esperan entonces independencia, eficacia y que su gestión esté enfocada a la salvaguarda del interés general, lejos, muy lejos, de cualquier milimetría política, desafío que siempre rondará a quienes ocupan posiciones de vigilancia y control, y más a la luz del tamaño de su nómina.
Por el bien del país, hay que confiar en sus credenciales y en que deje claro con sus actuaciones todo lo anterior y que su propósito es el de ser recordado como un contralor que hizo un aporte notable para renovar la confianza de la gente en los organismos de control, en un momento en el que esta se necesita quizás como nunca antes.