Cada vez es más fuerte, más visible, más importante la celebración del Día del Orgullo en todos los rincones del mundo. Suele celebrarse a estas alturas del año porque fue el 28 de junio de 1969 cuando –a tono con las nuevas generaciones que se habían volcado a las calles a reclamar sociedades más incluyentes– un grupo de la comunidad LGBTIQ enfrentó con valor el violento allanamiento de la policía al bar gay Stonewall Inn, en el Greenwich Village de Nueva York: cincuenta años después, en 2019, cerca de cinco millones de personas se unieron a la conmemoración de ese coraje.
La defensa valerosa de los derechos de la ciudadanía LGBTIQ es la defensa de los principios de la democracia: la defensa de los derechos fundamentales, de la igualdad, de los límites de las mayorías a la hora de ir en contravía de las libertades. Reconcilia con el futuro de estas sociedades ver las fotografías de las celebraciones que se han estado llevando a cabo de hemisferio a hemisferio desde el principio de este mes –emocionan, en especial, las declaraciones que aparecieron el lunes pasado en las redes sociales–, pues quiere decir que cada vez más ciudadanos asumen como ciertas consignas por el estilo de ‘el amor siempre gana’ o ‘todos los derechos para todas las personas’. Tras la bien recordada polémica de hace unos meses, el papa Francisco, esta semana, en carta al jesuita James Martin, bendijo el ministerio de los sacerdotes que trabajan con la comunidad LGBTIQ.
La defensa de
los derechos de la ciudadanía LGBTIQ es también la defensa de
los principios
y los derechos fundamentales.
En los últimos años, el Estado colombiano, gracias a una serie de sentencias de la Corte Constitucional, ha avanzado enormemente en el reconocimiento de los derechos LGBTIQ: en Colombia existen matrimonio entre personas del mismo sexo, adopción homosexual, protección legal contra la discriminación, equidad entre parejas heterosexuales y parejas homosexuales. Es de vital importancia conservar el espíritu de estos meses y estos días del orgullo, no obstante, porque los cambios culturales suelen tomarse demasiado tiempo.
Hace cuarenta años la homosexualidad seguía siendo ilegal en este país. Y, tal como lo demuestra el trabajo publicado por el equipo de especiales de EL TIEMPO, en los últimos dos años han sido asesinadas 52 personas transexuales y han sido registrados 621 casos de violencia por prejuicios: noticias como la de la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al Estado de Honduras, ayer mismo, por el asesinato de la mujer trans Vicky Hernández, son un verdadero espaldarazo urgente al reconocimiento político de todas las identidades de género en estas naciones, pero, en el propósito de fortalecer las democracias de la región, es necesario seguir representando, escuchando e impulsando el relato de la vida LGBTIQ.
Que cada vez sea más grande, más reivindicador el Día del Orgullo. Que ese orgullo sea el de la sociedad entera. Una mujer publicó ayer en una red social la fotografía de una bandera arcoíris colgada de una ventana: era el gesto de amor de su propia familia, según dijo, luego de años de explicarles a todos que de ella venían la misma humanidad, el mismo amor. Es claro, pues, que la transformación es posible. Y es cuestión de ir ventana por ventana.
EDITORIAL