Por estos días se ha venido escuchando una propuesta desde el Concejo de Bogotá encaminada a aumentar los límites de velocidad en los principales corredores viales de la capital; entre ellos, la autopista Norte, la calle 26, las Américas y la NQS.
No es la primera vez que se lanzan iniciativas de este tipo y que no dudamos en calificar de inconvenientes. Bastante trabajo y un sinnúmero de víctimas fatales le costó a la ciudad imponer una velocidad máxima de 50 kilómetros por hora en varias avenidas para que ahora, sin mayor rigurosidad, se quiera volver atrás.
Diferentes estudios académicos y técnicos concluyeron que una de las causas para que el número de heridos y muertos (a razón de 600 cada año) se haya incrementado es, precisamente, por acelerar más de la cuenta. De ahí que desde hace seis años se haya establecido el límite de los 50 km/h como lo óptimo. Desde que está vigente, se ha registrado una reducción de fatalidades de un 15 por ciento en los corredores viales donde está vigente. Ahora, desde el cabildo, se quiere llevar a la istración a evaluar una medida que, mal que bien, ha contribuido a generar conciencia.
Bienvenidos todos los estudios que se quieran hacer al respecto, pero sobre la base de que, antes que aumentar el límite de velocidad, es urgente adelantar campañas pedagógicas y adoptar medidas de orden institucional que contribuyan a reducir el número de siniestros. Y en este tipo de iniciativas tienen que contribuir el propio Concejo y la sociedad; de lo contrario, se correrá el riesgo de empeorar las cosas y el costo lo pagarán quienes hoy son las principales víctimas de estos incidentes: motociclistas, peatones y ciclistas.
Esto lo debe tener claro el alcalde Galán, cuya Secretaría de Movilidad debe empeñarse cada vez más en proteger a los más vulnerables en el espacio público. Y, claramente, ello no se consigue aumentando el límite de velocidad sino generando conciencia y apostando por una seguridad vial a toda prueba.