Una persona de 55 años de la provincia china de Hubei habría sido el paciente cero de la pandemia de covid-19, según lo revelado por el diario ‘South China Morning Post’; su infección se habría detectado el 17 de noviembre de 2019. No obstante, un artículo publicado esta semana en la prestigiosa revista ‘Science’ y firmado por el biólogo Michael Worobay, de la Universidad de Arizona (Estados Unidos), plantea que fue una vendedora de mariscos del mercado de Huanan, en Wuhan (China), el primer caso detectado de este virus, y sus síntomas habrían comenzado el 11 de diciembre de 2019.
Detalles y controversia aparte sobre su inicio, lo que sí está claro es que hay que ir muy atrás en la historia de la humanidad para encontrar un parteaguas como el que ha representado para nuestra especie el nuevo coronavirus. Su segundo aniversario supone ya cierta distancia, útil para procesar e interpretar lo que ha significado para la raza humana el haber tenido que afrontar una pandemia que ya deja más de cinco millones de muertos y 256 millones de infecciones en 222 países.
Habría que dar cuenta, entonces, de la escasa información inicial. Fueron inevitables los palos de ciego. Cuando apenas llegaban los primeros reportes de una tal ‘neumonía de Wuhan’, pocos imaginaron lo que le esperaba al planeta a la vuelta de la esquina. Luego, confirmados los temores, vino el comprensible temor ante lo desconocido. Los confinamientos masivos se convirtieron, con muy pocas excepciones, en la punta de lanza de las estrategias adoptadas por las diferentes naciones. El fiel de la balanza, que tenía de un lado las libertades individuales y del otro la salud pública, estuvo en constante disputa, debate que hasta hoy se prolonga y al que le restan aún varios capítulos. El caso es que el mundo, con la excepción de algunas zonas del continente africano, quedó en pausa, como si se tratara de una impresionante película de ciencia ficción.
Un profundo quiebre que les permitió a muchos países prepararse para los inevitables picos de contagio. Mientras algunos gobiernos fueron extremadamente rigurosos con estas medidas preventivas, otros desestimaron la capacidad de hacer estragos del virus a un costo muy alto en vidas humanas. La ciencia fue faro, pero también, y por desgracia, blanco de cuestionamientos de origen viral la mayoría, pero de la viralidad digital. Con ellos aparecieron otros de origen gubernamental que causaron mucho daño. Gobernantes como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador, entre otros, asumieron posturas irresponsables, criticando sin fundamento alguno el trabajo de los epidemiólogos, con consecuencias nefastas para sus naciones. Coinciden analistas en que su gestión de la pandemia le costó a Trump la reelección.
Urge entender que lo que más acentuó la vulnerabilidad fueron otros males endémicos como la incapacidad para cooperar entre países, para tejer redes de solidaridad y para arropar a los más vulnerables
Fueron semanas en las que todos tuvimos que adaptarnos a una nueva forma de vida, días en los que en muchos hogares se entremezclaron los ámbitos doméstico, laboral y académico. Irrumpió, quizás para quedarse, la obligatoria pregunta previa a cualquier actividad: ¿virtual o presencial?
Pasaron los meses y en el horizonte surgió una luz de esperanza: el desarrollo de varias vacunas. Su fabricación, aprobación y posterior distribución fueron un bálsamo para muchos, pero también un válido motivo de frustración para otros. La manera como la pandemia fue así mismo una cruda fotografía de los males de la humanidad, comenzando por la desigualdad, se confirmó este año con la llegada en masa de los biológicos contra el covid. Fue frustrante y doloroso el fracaso del mecanismo Covax, que se dio a la par con la acumulación de dosis por los países desarrollados mientras muchas otras naciones seguían sufriendo muertes que se contaban por miles cada día por no tener aún a las vacunas.
Hoy, los retos han cambiado: se trata ahora de convencer a quienes rechazan el biológico de que accedan a vacunarse y no bajar la guardia en los cuidados mínimos y cotidianos. Al tiempo que nuevos picos asoman en el horizonte, concentrando su letalidad justamente en esta población, epidemiólogos plantean que para el año entrante es factible y realista plantear que esta página pueda comenzar por fin a pasarse. Pero el riesgo de que una nueva pandemia se cruce en el camino de la humanidad es alto. Para hacerle frente a este hipotético desafío, pero también a otros de talante similar, aunque de origen diferente, es necesario repasar en cámara lenta, si es preciso, la película de estos dos años. Y así entender que lo que más acentuó la vulnerabilidad de la especie no fue el virus, sino otros males endémicos como la incapacidad para cooperar entre países, para tejer redes de solidaridad y para arropar a los más vulnerables. Todos ellos, y aquí todavía se puede ser optimista, tienen solución.
EDITORIAL