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El Papa que abdicó

Falleció Benedicto XVI, un hombre culto que dejó el pontificado ante las fragilidades de la edad.

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El mundo católico, calculado en más de 1.340 millones de seres humanos, despidió el año con la triste noticia de la muerte del papa emérito Benedicto XVI, a los 95 años de edad, este 31 de diciembre. El pontífice expiró en el monasterio Mater Ecclesiae, del Vaticano, donde se hallaba gravemente enfermo desde hacía varios días.
Dada la trascendencia de la vida que acababa de dejar el mundo terrenal, nada menos que el papa número 265 de las Iglesia católica, el alemán Joseph Aloisius Ratzinger, esta fue la noticia que copó las primeras planas de los diarios del orbe, los noticieros y las plataformas digitales, y que, aunque se temía su desenlace, causó hondo pesar e inmediatas reacciones de los líderes mundiales.
“Lo recordaremos como un teólogo reputado, guiado por sus principios y su fe, y que dedicó toda su vida a la devoción por la Iglesia”, expresó el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Por su parte, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, tuvo palabras de reconocimiento por su “tenaz compromiso con la no violencia y la paz”. “Como papa alemán, Benedicto XVI era para muchos, y no solo en este país, un dirigente particular de la Iglesia”, expreso el canciller alemán, Olaf Scholz.
Este es el tono de los mensajes oficiales. Y dentro de la grey de San Pedro, cuando se va para siempre un pontífice hay duelo general y oraciones ante todos los púlpitos. Así es hoy. Entre ellas, las encabezadas por los líderes, en este caso particular el propio papa, Francisco Bergoglio: “Solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión, de sus sacrificios ofrecidos por el bien de la Iglesia”, dijo el pontífice.
Entre sus decisiones, se habla más del coraje de haber dejado el trono de san Pedro cuando sus fuerzas lo abandonaban
Y es que en esta ocasión se da una situación inusual. Porque Benedicto XVI rompió esquemas. No solo era el papa más longevo, sino que renunció al pontificado, que ejerció desde el 19 de abril de 2005 hasta el 28 de febrero de 2013, por asuntos de su avanzada edad. “Después de haber examinado repetidamente mi consciencia ante Dios, llegué a la certeza de que mis fuerzas, debido a una edad avanzada, ya no son aptas para un adecuado ejercicio del ministerio petrino”, justificó entonces sobre su difícil e histórica decisión, que debió sopesar por largos días y noches desveladas. Una determinación que no se tomaba desde 1425, cuando abdicó Gregorio XII.
Fue él uno de los más respetables teólogos, un hombre de paz y muy culto, un políglota que hablaba diez idiomas y dominaba unos seis, entre ellos el español. Fue miembro de varias academias científicas. Apegado al conservadurismo, tomó decisiones, sobre todo en asuntos de homosexualismo, eutanasia y aborto, que fueron controvertidas por algunos sectores. Durante su papado advirtió que habría “tolerancia cero” contra la pederastia. Una actitud valerosa, a pesar de que fue acusado de no combatir este delito cuando fue obispo de Alemania.
Pero hoy, en medio de sus funerales, que, como otro hito, serán presididos por otro papa, para pasar a las grutas vaticanas, se habla más del coraje de haber sido capaz de irse a los aposentos del buen retiro cuando sus fuerzas lo abandonaban. Un acto que debe llevar a reflexionar a todos los mortales.
EDITORIAL

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