Haber liderado a su selección en la conquista de un título mundial, aportando goles y genialidad, debería ser argumento concluyente en la discusión por los méritos del octavo balón de Lionel Messi. Aun así, hubo quienes en gracia de discusión se refirieron a su más bien discreto 2023, año en el que le dijo adiós al fútbol europeo para encaminarse a un ocaso dorado con el Inter de Miami, de la MLS estadounidense.
Lo cierto es que ha habido otros balones dorados, galardón que todos los años entrega la revista sa especializada ‘ Football’ al mejor futbolista del planeta, que generaron más controversia que este. Basta recordar el de 2010, cuando todo el planeta daba como un hecho que el ganador sería alguno de los integrantes de la selección española, campeona ese año en Sudáfrica.
Al rosarino solo le faltaba en su palmarés la Copa del Mundo, trofeo que por fin pudo levantar en diciembre, poniéndole así la cereza que le faltaba a una trayectoria excepcional que hace rato le dio un lugar junto a Diego Maradona y a Pelé como máximas leyendas del deporte rey. Y si la copa fue la cereza, este trofeo que acaba de recibir fue un último aderezo, que muchos interpretaron en clave de reconocimiento no a un año, sino a toda una vida de magia, goles y títulos. Y un ingrediente más: ya son tres los que le lleva de distancia a quien fue su eterno contrincante en la disputa por el trono del mejor de planeta, el portugués Cristiano Ronaldo, quien también vive un ocaso de goce, espectáculo y petrodólares en la liga de Arabia Saudita.
Como eje del Inter de Miami en una liga que, aunque se esfuerza y avanza, todavía está a enorme distancia de las europeas, a Messi le quedará ahora más difícil estar en la pugna por el balón 2024. Aunque es bueno aclarar que seguirá activo y brillando con su selección en un año de eliminatorias y Copa América. Le tocará desplegar su talento ya no en espacio, sino en calendario reducido. Y todos sabemos de lo que es capaz.
EDITORIAL