La mala noticia es que Bogotá ha venido abandonando una política de cultura ciudadana que logró consolidar a lo largo de las últimas décadas: la defensa de su espacio público y, particularmente, de sus andenes. La buena es que cada vez es mayor el número de personas preocupadas por esto. Y es justo esa preocupación la que ha puesto en evidencia la manera descarada como carros particulares, motos e invasiones de todo tipo se han venido adueñando de un entorno que les pertenece a los ciudadanos. El número de cuentas creadas en redes, de fotografías, videos y comentarios que se comparten, muestran la forma lamentable como las personas han venido siendo desalojadas del andén.
El crecimiento del parque automotor, incluyendo motos, ha sido exponencial, lo que agrega presión a un espacio vial que cada vez se queda más corto. Y no es solo la invasión de andenes, bahías, antejardines y demás. No. Las calles también se han convertido en un gran estacionamiento, y ello ha hecho que la misma ciudadanía opte por privatizar irregularmente tales espacios, ante la mirada indiferente de las autoridades.
En conjuntos residenciales como Marantá, por ejemplo, se han colocado barreras físicas para impedir el paso de cualquier vehículo que no sea del barrio o no tenga permiso de sus residentes. Hasta allá no se puede llegar. Pero es justo una de las consecuencias del descarado abuso de vías y andenes por parte de los invasores. Y no es un problema de parqueaderos, cuya ocupación permanece a la baja.
Hay que decirlo con claridad: los andenes son tierra de nadie, no tienen quien los proteja. Ni siquiera existe una política sobre cómo deben ser diseñados. Ahora que la Secretaría de Movilidad ha dicho que este es el año del peatón, valdría la pena que contaran cuál es la estrategia para recuperarlos y devolverlos a sus verdaderos destinatarios, los ciudadanos.
EDITORIAL