La cercanía de numerosas fuentes de agua, en particular páramos como el de Chingaza, ha jugado a favor de que Bogotá no haya tenido mayor problema en responder a la creciente demanda del recurso. Y es que en menos de un siglo la capital pasó de tener alrededor de 280.000 habitantes, a los cerca de diez millones actuales. Aun así, gracias a la visión y capacidad de ejecución de sus distintas istraciones distritales, junto con el apoyo del Gobierno Nacional, pudo construir la infraestructura necesaria para que a los hogares llegue agua de calidad.
La ciudadanía debe entender que, más allá de las políticas públicas, la época de consumir agua
“a lo que dé” ha quedado atrás
Mas, como ha quedado en evidencia en las últimas semanas, no obstante la infraestructura y todo lo logrado, los retos para que siga llegando de forma continua y suficiente el líquido a los bogotanos son enormes. El crecimiento de la ciudad, como decimos, el de los municipios de la Sabana y el cambio climático son los principales desafíos. Es así como la creciente deforestación de la Amazonia y la Orinoquia y la desaparición de los llamados ríos voladores ya comienza a tener una incidencia clara en el nivel de lluvias de las zonas de páramo. El proyecto de un segundo embalse en Chingaza, formulado desde el siglo pasado y que hace diez años fue dejado de lado, por esa razón hoy no parece ser la mejor opción. Surge la perspectiva de aprovechar el aumento de precipitaciones en la cuenca del río Bogotá, lo que implica una tensión entre la urbanización del occidente de la Sabana –fuente de contaminación– y la necesidad de utilizar sus aguas. Es bien sabido que la actual planta Salitre, incluso con su reciente ampliación, es insuficiente. Es necesario, en esta medida, que el proyecto de la planta Canoas se destrabe definitivamente.
La realidad obliga, pues, a que el factor agua esté cada vez más presente en los planes de ordenamiento territorial de Bogotá y de la Sabana. La nueva región metropolitana, hoy en ciernes, debe tener este asunto entre sus prioridades. Es necesaria una política a largo plazo con el concurso de la Nación –algo que los últimos meses parece incomprensiblemente esquivo– para hallar una salida. Se requiere explorar opciones como la de las fuentes subterráneas o la de implementar esquemas efectivos y sostenibles de reutilización y captación casera de aguas lluvias. Ni hablar de la urgencia de restaurar ecosistemas y frenar una deforestación amazónica, que lamentablemente volvió a dispararse.
Pero es clave también, y ante todo, que la gente entienda que estamos en una nueva realidad marcada por el tener que asumir y trasladar a actos concretos de la vida cotidiana que los recursos naturales son finitos. Hágase lo que se haga a nivel de políticas públicas, el tiempo del consumo de agua, dicho coloquialmente, “a lo que dé” ha quedado atrás.