Muchos intelectuales extranjeros han explicado a Colombia con lucidez, pero pocos han sido tan iluminadores como el historiador inglés Malcolm Douglas Deas. Deas, que nació el 24 de abril de 1941 en Charminster, Dorset, estudió e investigó la historia latinoamericana en los laberintos de Oxford, pero sobre todo quiso –y sin duda alguna lo consiguió– descifrar el espíritu colombiano.
Libros como Del poder y la gramática, Intercambios violentos, Las fuerzas del orden y Barco explicaron con precisión los vaivenes del carácter del país. Su interés en esta tierra, que lo llevó a ser asesor del gobierno del presidente Gaviria, no solamente le valió una serie de condecoraciones de varias naciones e instituciones, sino que le trajo, en 2008, la ciudadanía colombiana.
Durante buena parte de su vida, Deas fue un enlace entre Bogotá y Oxford. Vino a Colombia hace sesenta años detrás de las pistas de aquella novela de Joseph Conrad, Nostromo, que se atreve a describir a Colombia. Desde entonces supo leer el país y consiguió enfrentarse a cada giro de estas décadas, desde el fin del Frente Nacional hasta la llegada de la izquierda al poder, con optimismo de historiador curado de espantos: “Yo soy un reformista pragmático con momentos de optimismo”, dijo, a principios de este año, a La Silla Vacía. Desdeñaba el fatalismo colombiano.
Denunciaba la “fracasomanía”. Ponía al país en el contexto del mundo e invitaba a creer en el futuro.
Personajes de la vida nacional tan disímiles como los expresidentes Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe lamentaron la noticia de su muerte. Su humor y su capacidad de ponerlo todo en perspectiva devolvían la cordura a las voces de la política nacional. ‘Los colombianos’, el último texto que escribió, para Letras libres, sobre el temperamento criollo, es una esclarecedora respuesta a la pregunta por esta violencia. Hará falta a todos los que quieran entender nuestra cultura.
EDITORIAL