El debate de las mallas

El fútbol suele ser una buena noticia. Pero no dejan de ser frecuentes los titulares sobre la ola de violencia de las barras bravas de algunos equipos colombianos que han saboteado partidos en Medellín, Manizales y Tuluá con agresiones a los hinchas y a los jugadores que han dado lugar a verdaderas batallas campales. Baste revisar las imágenes del enfrentamiento con piedras y machetes, la noche del jueves pasado, en el municipio de Yumbo, entre fanáticos del América y del Deportivo Cali: realmente estamos ante un problema que se ha salido de madre, y que no solo mancha el espectáculo deportivo, sino que trunca juventudes que merecen mejor suerte.

El nuevo ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, que asistió a una reunión de emergencia con los dirigentes del fútbol, se ha encontrado con un recrudecimiento de la violencia que el Comité Disciplinario de la Dimayor ha enfrentado con sanciones como jugar a puerta cerrada y cerrar las tribunas de las barras bravas, y que ha llevado a la asamblea de clubes a pensar en el regreso de las mallas que fueron eliminadas durante el Mundial Sub-20 de 2011, a petición de la Fifa. La conclusión de Velasco, que se declaró en contra de la vuelta de las mallas, es sensata: “Nuestra sociedad tiene que apostarle a la pedagogía, a que podamos estar en los mismos espacios quienes tenemos una pasión distinta o una idea distinta”, dijo.

Es claro, sin embargo, que el fenómeno de las barras bravas se les ha salido de las manos a todos los actores involucrados. Se habla de criminalidad: de extorsión a los equipos por parte de ciertos líderes de la hinchada. Se señala, con razón, que la violencia que crece refleja el malestar de la sociedad. Pero es hora de defender las reglas del juego, y de proteger a los hinchas y a los jugadores que sí creen en el deporte, para que el fútbol pase de ser un campo de batalla a ser un refugio. Quizás las mallas sean una forma de pedagogía.

EDITORIAL