El patólogo e inmunólogo Manuel Elkin Patarroyo, padre de las vacunas sintéticas, renovador de la investigación científica y pionero de la lucha contra las enfermedades infecciosas en el país, falleció a los 78 años el pasado jueves 9 de enero. Nació en Ataco (Tolima) en 1946. Y muy pronto su vida fue el empeño incansable de mejorar la vida a través de la ciencia. Estudió Medicina en la Universidad Nacional, se especializó en Inmunología en la Universidad de Yale e hizo estudios posdoctorales en el Instituto Karolinska de Estocolmo. Desde los años ochenta se convirtió en un verdadero protagonista de la sociedad colombiana.
En 1983 fundó el Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios, en Bogotá, para la batalla contra las enfermedades infecciosas: allí, de 1986 a 1988, consiguió desarrollar la vacuna SPf66 contra la malaria, y su popularidad, atípica para un científico, pero no exenta de controversias, fue cada vez más evidente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en duda la eficacia de aquella vacuna, pero los avances innegables en esas y otras investigaciones le fueron reconocidos –justamente– con la Medalla de Edimburgo, el Premio Príncipe de Asturias y el Premio de la Fundación Léon Bernard de la misma OMS.
Patarroyo, que llegó a sumar 29 doctorados honoris causa de universidades de varios lugares del mundo, fue un hombre serio, alerta, entregado a sus laboratorios y sus papers. Jamás se calló lo que pensaba. Sus padres lo trajeron de Ataco a Bogotá para que estudiara Medicina. Sus maestros, Emilio Yunis, Bernardo Reyes, Mario Ruiz y Ronald Mackenzie, lo llevaron por el camino de las vacunas. Su esposa, la pediatra María Cristina Gutiérrez, fue su respaldo para crear una carrera y una familia. Y él los honró levantándose día a día a las cuatro de la madrugada para dar con antídotos contra la muerte. Su tenacidad y su brillantez serán siempre un ejemplo.