Con expectativa y esperanza recibe una enorme proporción de los chilenos la llegada al poder de Gabriel Boric, el carismático exlíder estudiantil de 36 años que se posesionó ayer con la idea de hacer una revolución pacífica hacia un estado de bienestar, más al estilo de la socialdemocracia europea que la del fallido y muy cuestionado populismo latinoamericano del siglo XXI, del que se ha distanciado públicamente.
Pero otra enorme proporción, nada despreciable, asume el ascenso del izquierdista al Palacio de la Moneda con inmensa preocupación, pues el mandatario más joven en la historia del país plantea reformas estructurales sobre las que aún hay muchas preguntas por resolver. Es cierto que el reto de solucionar las desigualdades marcará su naciente gobierno, pero también es una realidad que debe lidiar con un manejo responsable de las variables económicas en una época de sensible reactivación tras los estragos de dos años de pandemia.
El exitoso modelo en lo macroeconómico que precedió a Boric no logró permear esa bonanza hacia los sectores más necesitados, lo que aumentó la desigualdad, la misma que arrojó en el 2011 a miles de estudiantes a protestar a las calles. Boric fue uno de ellos. Luego, en 2019, las falencias del modelo forzaron a que el presidente conservador Sebastián Piñera decantara un proceso constituyente.
La convención que redacta la nueva carta fundamental y su aprobación en un plebiscito serán la vara con la que se medirá el éxito o el fracaso de Boric.
Precisamente, la convención que redacta la nueva carta fundamental para remplazar la de Pinochet y su aprobación en el plebiscito que vendrá después serán la vara con la que se medirá el éxito o el fracaso de Boric. Y en ese sentido no la va a tener fácil, pues el proceso avanza con no pocos sobresaltos, se empantana en discusiones extremas basadas en una obsesión fundacional por parte de algunos sectores, entre ellos los que han planteado una cascada de nacionalizaciones, las cuales incluyen la estatización de la minería, en medio de una álgida controversia.
Mas no todo no dependerá del fruto de esa asamblea ciudadana. Boric arranca con una plataforma en principio profundamente transformadora que deberá plantear un nuevo pacto social y la reforma de algunas de las estructuras de un país tradicionalmente conservador en lo institucional y desconfiado de los cambios apresurados. Ecologismo, feminismo, economía social y diversidad serán los ejes de su mandato, lo que se traduce en que el Estado asumirá responsabilidades como la salud y la educación.
Para esto prepara un nuevo sistema de pensiones que reemplace el de capitalización individual y una reforma tributaria que aspira a recaudar hasta el 5 por ciento del PIB en medio de la desaceleración económica.
Con miras a ello, se ha rodeado de un gabinete que ya marca un antes y un después, pues por vez primera las mujeres serán mayoría. Y en el área que quizás más preocupa, la economía, ubicó a Mario Marcel, respetado a lo largo y ancho del espectro ideológico, que fue presidente del Banco Central de Chile hasta enero. Con esta designación, busca enviarles un mensaje de confianza a los mercados.
En los hombros de Boric reposa la ilusión de los chilenos de alcanzar cambios profundos y positivos a través de un camino sensato que no se lleve por delante al país y su futuro. La expectativa es muy alta y la historia dará el veredicto.
EDITORIAL