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Apelando al humor, podría decirse que el anhelo de vivir una final del fútbol profesional colombiano entre Millonarios y Santa Fe se ubicó por años en el mismo estante junto a otros tan cercanos al corazón de los bogotanos como el del metro o la descontaminación del río Bogotá.
La diferencia con los anteriores es que este se escapó varias veces de las manos de los fanáticos azules y rojos. Pero, justo por eso, porque más de una vez se vio cercano, muchos creyeron que algún motivo del orden sobrenatural iba a impedir que alguna vez se hiciera realidad. Es decir, que primero la capital iba a tener metro y un río cristalino que el placer de disfrutar una final entre sus dos oncenos más tradicionales.
Por fortuna no fue así, y hoy podremos gozar del primer capítulo de tan esperado lance, que se ha vuelto todo un acontecimiento. Que embajadores y cardenales lleguen a esta instancia es positivo en muchos sentidos, no solo en lo deportivo.
Que sea la oportunidad de darnos cuenta de que el goce del balompié será siempre incompleto si al lado no se tiene al rival.
También en lo económico, pues alrededor del espectáculo se mueven numerosos negocios, que este año tendrán un diciembre soñado; en lo cultural, en la medida en que dos instituciones victoriosas alimentan la devoción que se teje en torno a ellas. Incluso en lo político, pues el año cerrará para la capital en medio de dos fiestas, lo cual termina repercutiendo favorablemente en el ánimo de los bogotanos de cara al 2018.
Pero hay que decir que todo lo anterior depende de que los hinchas sepan vivir este acontecimiento histórico como un enfrentamiento futbolístico, con raíces culturales, históricas, incluso políticas, sí –de ahí su trascendencia–, aunque al final deportivo, donde impere el respeto por la otra camiseta.
Es un esfuerzo en el que pueden aportar los protagonistas del espectáculo evitando provocaciones innecesarias, declaraciones fuera de lugar. A las directivas de ambos clubes en esta ocasión, y para lo que viene, les corresponde romper cualquier vínculo con fanáticos violentos. En los últimos meses el equipo azul ya ha dado pasos importantes, que deben ser imitados. Sus directivos les han puesto de forma acertada el tatequieto a esos que justamente no comprenden que el fútbol y la manera de vivirlo tienen un límite muy claro, el de lo lúdico, y terminan extrapolando sus rivalidades a terrenos muchas veces criminales. Ojalá la próxima final bogotana tenga a hinchas de ambos equipos en las tribunas.
Sea esta la oportunidad para darnos cuenta de que el goce del fútbol será siempre incompleto, inane, si al lado no se tiene al rival. Para ello hay que entender, por fin, que esta es la más importante de las cosas menos importantes, como lo dijo Jorge Valdano. Es reconocer que la pasión del hincha perdería automáticamente sentido si no existiera el contrario; hay una relación de mutua necesidad, de dependencia, que se debe alimentar de camaradería, bromas y folclor, todo eso que surge cuando se entiende que, a la larga, los colores separan pero la pasión es idéntica y, en consecuencia, crea vínculos para toda la vida.
Es lugar común decir que gane el mejor, pero sobre todo que ganen los bogotanos, que gane el deporte. Hoy, en El Campín se juega una copa, pero también mucho del futuro de la convivencia en el fútbol.