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Una prioridad global

Cada vez más personas en el planeta no pueden acceder a una alimentación suficiente.

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Saber que 822 millones de personas en el mundo pasan hambre exigiría un abordaje prioritario de carácter global si se tiene en cuenta que a esta cifra se sumaron 46 millones con respecto a la del año anterior, según un informe de cinco agencias de la ONU, el cual advierte que cada vez se hace más difícil alcanzar la meta de erradicar este flagelo en el 2030.
Esto no puede ser una cifra fría porque en realidad representa al 9,8 por ciento de la población mundial, que por cuestiones coyunturales tiende a aumentar de manera alarmante. De hecho, desde el comienzo de la pandemia 150 millones de seres han pasado a este bando de forma preocupante.
El asunto es tan serio que los expertos que elaboraron el estudio dejan claro que en las proyecciones para el 2030 en los escenarios más optimistas seguirían en esta condición 670 millones de personas, algo así como el 8 por ciento de la población del planeta; un número no lejano del de las personas hambrientas que existían en el 2015 cuando se fijó la meta de eliminar el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición para finales de esta década.
Pero si bien el hambre es el punto más extremo de la falta de comida, el estudio detalla que 2.300 millones de personas padecieron inseguridad alimentaria moderada o grave en el 2021, 350 millones más que al principio de la pandemia y casi 924 millones (11,7 por ciento de la población mundial) la enfrentaron en niveles severos, lo que define un incremento de 2,7 millones en menos de dos años, algo simplemente alarmante.
El tema en el país debe ser abordado más allá de la discusión sobre las cifras y reconociendo los esfuerzos en marcha.
Si la falta de alimentos ya es de por sí inquietante, las agencias refieren que no basta con tener a ellos, porque cerca de 3.100 millones de personas –solo en el 2020– no pudieron permitirse una dieta saludable, que son 112 millones más que en 2019, lo que pone de manifiesto los efectos de la inflación en los precios de los alimentos al consumidor como consecuencia de la pandemia. Imposible dejar pasar un dato enmarcado por la injusticia y la inequidad como es el de 45 millones de niños menores de 5 años con emaciación, que es la forma más letal de la desnutrición.
Aunque este es el panorama mundial, hay que decir que en Latinoamérica la cifra de desnutrición fue de 56,5 millones en el periodo analizado (el 8,6 por ciento de la población de la región) y cuatro millones más que el periodo anterior. Vale la pena destacar que Colombia, comparada con la región, logró frenar ese aumento del hambre. El informe indica que la prevalencia de las personas que sufren esa condición en el país fue de 8,2 por ciento entre el 2018 y 2021, una cifra más baja que la reportada entre el 2004 y el 2006, que era de 11,2 por ciento. Un dato que habla de los esfuerzos en marcha del actual gobierno.
Reconocer estos avances es tan importante como seguir abordando el fenómeno en todas sus dimensiones, dado que la inseguridad alimentaria de los hogares en todo el territorio nacional tiene unos porcentajes desafiantes, tanto así que el mismo Dane ha dejado claro que antes del inicio de la cuarentena por el coronavirus, el 11,9 por ciento de los colombianos consumían menos de tres comidas al día y para septiembre de 2020 la cifra ya bordeaba un 30 por ciento que se mantuvo hasta julio del año pasado, lo que permite inferir que con todas las variables que hoy actúan en contra de la canasta familiar, esta situación está lejos de ser superada por completo.
Se trata de un problema global, que en el caso colombiano ha tenido pasos esperanzadores, el cual debe ser priorizado aún más en todas las agendas de los hacedores de políticas nacionales e internacionales.
EDITORIAL

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