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Editorial

Hora de corregir

El caótico consejo de ministros lastimó al Gobierno y lo obliga a enfocarse en los problemas.

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Por el sentido que tiene en el seno del Gobierno y en la sociedad, por lo que significa como hecho político y, si se quiere, un parteaguas en un estilo de gobernabilidad, por los mensajes que envía y las lecciones que deja, hay que volver al inédito, turbulento y desordenado consejo de ministros transmitido en vivo esta semana.
El hecho es que, con el objetivo declarado de darle mayor transparencia a su gobierno –propósito que merece ser reconocido, siempre y cuando se enmarque dentro del ordenamiento legal y no afecte la intimidad que requieren los temas más sensibles para la nación–, el presidente Gustavo Petro tomó la determinación de televisarlo y conectarlo a las redes sociales faltando apenas horas para la habitual cita de su equipo de gobierno.
Ni su propio gabinete ni el país tenían idea de que esta reunión del alto gobierno, la cual tiene características de confidencialidad que la ley ordena proteger, iba a convertirse en un evento abierto al público. La otra novedad de la cita era la presencia del nuevo jefe de Despacho, Armando Benedetti, quien comenzaría con su rol de supervisar el desempeño de cada cartera a la luz de los 175 objetivos planteados por el gobierno Petro desde el 7 de agosto de 2022.
Benedetti, una de las figuras más controvertidas de nuestra política y actualmente llamado a juicio por la Corte Suprema de Justicia por presunto tráfico de influencias, fue una de las manzanas de la discordia. El país vio cómo el consejo estuvo marcado por tensiones, rencillas y reclamos. Cómo el mandatario fue pletórico en retórica, pero escaso en liderazgo presidencial. Y vio también cómo, contrario a lo que se esperaba, no se trazó línea de acción alguna frente al que debió haber sido el tema central: la gravísima crisis que sigue viviendo el Catatumbo, las medidas de conmoción interior, los desplazados, claro, y su futuro inmediato. Salió a flote que solo 29 de los objetivos mencionados se han alcanzado. El del Catatumbo era uno de los temas urgentes que un ciudadano esperaría ver tratado a fondo, con la altura del poder Ejecutivo, además de otros que requieren atención y decisiones basadas en análisis técnicos y económicos que en la ideología.
En el fallido consejo se presentó un ejemplo que es recomendable evitar hacia el futuro. Se trata de la instrucción del presidente Gustavo Petro a Ecopetrol para la venta de su provechoso negocio de explotación petrolera en Estados Unidos. La orden presidencial generó preocupación y desconcierto entre los inversionistas de la petrolera. El día anterior, la principal empresa del país había anunciado la renovación de la alianza con Oxy para la producción de crudo y gas natural en la cuenca Permian.
Este negocio de ‘fracking’ en territorio estadounidense es su negocio más rentable y es muy importante para los ingresos que recibe el país en un momento de crisis fiscal. Además, se ha convertido en uno de los “campos” petroleros más productivos de la compañía con el 12,7 por ciento de la producción total.
Lo cierto es que el consejo televisado fue un duro golpe para el Gobierno. Y para Colombia. Porque lesiona la majestad presidencial. Y porque proyecta una imagen de incertidumbre.
Luego de lo que el país vio el martes pasado, el Ejecutivo debe poner la mira en el bienestar general y garantizar la gestión ejecutiva pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones
Por todo ello, por el momento que vive el país en varios frentes, el Presidente tiene la obligación de corregir el rumbo, fortalecer la comunicación personal y ejecutiva con sus ministros, fomentar el trabajo transversal de su equipo, abrir espacios de diálogo con diversos sectores nacionales en vez de profundizar la desconfianza y concentrarse en la solución de los grandes problemas.
Es muy exigente el reto de gobernabilidad. Es de esperarse que vengan más cambios en el gabinete, ante lo cual lo deseable es que el nuevo círculo del mandatario tenga un carácter gerencial y con capacidad de concertación. Mantener el estilo de confrontación, como ya se ha demostrado, no ha sido eficiente.
Solo así podrá mostrar logros en campos tan críticos como la seguridad, la salud y la economía. Sobre el primero, aún resuenan las palabras de la Vicepresidenta haciéndole ver al mandatario que la situación en Suárez, su municipio de origen, era muy grave, y preguntando por los resultados de la política de paz total.
Que lo del martes sea un punto de partida de una nueva fase del Gobierno es lo deseable. El Ejecutivo debe poner la mira en el bienestar general, mucho más que en buscar cómo salvar responsabilidades individuales o colectivas o, más riesgoso e irresponsable aún, en cómo lograr, durante el año y medio que le resta, que quien lo suceda sea de la misma corriente política. Para eso urge apelar a la serenidad, la inteligencia y el pragmatismo.
El panorama es muy complejo tanto en lo local como lo internacional. Desafíos como la presidencia de Donald Trump obligan a actuar de manera cerebral antes que visceral. Se trata de que el Gobierno haga la tarea pensando en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones. Así de simple y así de importante.
EDITORIAL

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