Hace 60 años murió Marilyn Monroe. Desde entonces ha sido un ícono y un mito. Su imagen de rubia que vive en las nubes continúa apareciéndose en las modas y las pantallas de hoy como un arcano o un arquetipo que nos sigue dando luces sobre nosotros mismos. Está por estrenarse una película nueva, Blonde, basada en la novela voluminosa y dura de Joyce Carol Oates, que trata de comprender un poco más el misterio que aún es la actriz. Siguen saliendo documentales y testimonios de última hora porque –en medio de esta ola del feminismo– su historia de mujer que lidió con tantas miradas y terminó arrinconada por ellas es una especie de fábula sobre las glorias y las miserias de los últimos tiempos.
¿Por qué Marilyn Monroe sigue siendo Marilyn Monroe 60 años después de su muerte? ¿Por qué el mundo sabe quién es como sabe quién es el Quijote o quién es Gandhi? Baste con ver su ingenuidad en Cómo atrapar a un millonario, su inocencia en La comezón del séptimo año, su astucia en Los caballeros las prefieren rubias, su extravío en El príncipe y la corista y su tristeza en Niágara para querer seguirla de película en película en busca de una respuesta a la pregunta de quién era. Nadie más hizo lo que ella hizo. Nadie más habría podido encarnar a esos personajes como ella lo hizo. Podría decirse que su muerte es el final del viejo Hollywood.
El gran Billy Wilder, su director en Una Eva y dos Adanes, una de las grandes comedias de la historia, renegó durante años del comportamiento errático de Monroe durante la filmación, pero al final reconoció que “se requiere ser un artista verdadero para sacar adelante la interpretación que ella llevó a cabo”. Su presencia era una rara combinación de gravitas y ligereza. Su talento salía a flote entre su melancolía. Y su tragedia, que empezó en la niñez y terminó en aquel pulso con los hombres más poderosos de su tiempo, la ha conservado hasta hoy como una suerte de monumento a la dureza y a la belleza del mundo al mismo tiempo.
EDITORIAL