Que Claudia Sheinbaum sea investida hoy presidenta de México en un país en el que asesinan cada día a 10 mujeres es un logro mayúsculo que sin duda tendrá hondas repercusiones políticas y culturales en el continente.
Esta física de 62 años, que pasaba sus días en el ambiente universitario en medio de investigaciones ambientales de gran calado, dio el salto a la istración pública de la mano del saliente presidente Andrés Manuel López Obrador (Amlo), para pasar a la historia como la primera mujer mexicana que conquista tal dignidad. Llega con la tarea de darles continuidad a las políticas de su antecesor, que se va con una aceptación del 80 por ciento, pero también en medio de no pocas controversias por su poco eficiente estrategia de combate al narcotráfico, sus reiteradas agresiones contra los periodistas y su ambigua posición frente al régimen de Maduro en Venezuela.
A Sheinbaum le sobran credenciales, como cuando fue alcaldesa de Ciudad de México. Llega de arranque con una popularidad del 63 por ciento, su partido, Morena, tiene las mayorías en el Congreso y gobierna en 24 de los 32 estados federales, y tendrá el favor de las cortes y el Poder Judicial, un compilado del que muy pocos de sus antecesores han gozado y que hace que crezcan las expectativas y las preguntas sobre su sexenio.
Hay pendientes en seguridad ciudadana y en economía. Por ejemplo, aunque con Amlo cambió de enfoque, el narcotráfico sigue siendo una pesadilla. Son más de 30.000 asesinatos al año, venganzas entre carteles y una situación desbordada en Sinaloa y Chiapas que escapa a las tibias medidas de contención que aplicó el saliente gobierno.
La seguridad ciudadana, los carteles del narcotráfico y
la economía le plantean enormes desafíos a la nueva mandataria
Y son particularmente inquietantes las señales de desaceleración económica, pues una agenda decididamente social no se hace con bolsillos vacíos. Con caídas de la producción y el consumo, con un déficit fiscal que se duplicó en el último año y con la petrolera estatal más endeudada del mundo, el FMI le bajó la proyección de crecimiento a 2,2 por ciento. Peor aún, ni los empresarios del país ni los inversionistas extranjeros están muy convencidos del rumbo, por lo que quizás ponerlos de su lado será el gran reto de la nueva mandataria.
A lo que tampoco va a ayudar la polémica reforma judicial que permitirá la elección popular de magistrados y jueces, pues supone el enorme riesgo de politizar el sector, de que los narcos permeen aún más las instituciones y se llegue a una indeseable polarización. Además de representar una amenaza de retroceso para el Estado de derecho.
Que el desaire innecesario y si se quiere populista de no invitar a la posesión al rey Felipe VI, como si eso aportara al insoslayable debate sobre la colonización española, no vaya a marcar la línea de su política exterior, mucho más cuando hay expectativas sobre el debatible papel de México –junto con Colombia– en la resolución de la crisis venezolana ante los graves indicios de fraude chavista. Hasta ahora la falta de una clara condena al régimen ha contribuido a que Maduro gane tiempo, sin que se vea algún resultado de las gestiones que los dos países han emprendido.
Aunque la tentación de ideologizar la agenda es enorme, como buena científica Sheinbaum debe atender los hechos, acoger las evidencias y tomar decisiones. Eso se espera de ella para alejar el fantasma de que en su gobierno Amlo sea omnipresente y para que construya su propio camino, no el que él pavimentó para ella.