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La fábula de Navidad

Esta es una época de renacimiento de las esperanzas y la importancia de la familia.

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Si la Navidad sigue siendo así de fuerte en el mundo entero, si estos días continúan removiendo las nostalgias de los adultos y encauzando las ilusiones de los niños, es principalmente porque –aun cuando a veces parezca que la celebración se aleja de su sentido religioso o se tenga la impresión de que cada día se trata más de una época pensada para reavivar los negocios caídos– de alguna manera misteriosa, año tras año se continúa transmitiendo y recibiendo la buena noticia del nacimiento de una esperanza: la poderosa existencia de un rito que recrea el mito del Dios que vino a la Tierra a probar que siempre se está a tiempo de volver a nacer.
En los cuentos de Navidad que hacen parte de la tradición de Occidente, todo un subgénero dentro del género engrandecido por obras de Dickens, de Andersen, de Hoffman, suele encontrarse el lector con algún personaje que recobra su humanidad –y recuerda la importancia de la familia, por ejemplo, como un refugio hecho a pulso– por obra y gracia de ‘la magia’ de esta época del año. Si pensáramos en la Colombia de este 2019 de enfrentamientos sociales como la protagonista de una historia navideña, podríamos imaginarla redescubriendo la compasión y la solidaridad y sobreponiéndose a la violencia que en el pasado ha nublado tantas de sus acciones.
Si pensáramos en la Colombia de 2019 de enfrentamientos sociales como la protagonista de una historia navideña, podríamos imaginarla redescubriendo la compasión y la solidaridad
Por estos días, el papa Francisco ha hablado de la tradición católica del pesebre como de una artesanal puesta en escena de la paz, de la contemplación y la serenidad en medio del caos, y un simulacro de la piedad por el prójimo que puede renovarse siempre que se encuentre la voluntad de hacerlo. No hay que ser ni haber sido religioso, sin embargo, sino simplemente desempolvar la capacidad de ponerse en el lugar de cada quien, para hallar en las escenas y en las tradiciones de la Navidad una oportunidad para reconocer y celebrar las luchas de los demás, para insistir en una sociedad en la que quepan todas las personas y sean escuchadas todas las voces.
Finalmente, la historia de la Natividad es, en los evangelios de san Lucas y san Mateo, la persecución desmadrada del rey Herodes “al rey judío que acaba de nacer”, el drama de una familia que camino al empadronamiento tiene su hijo en un pesebre “porque –recalca Lucas– no había sitio para ellos en la posada” y la llegada de una esperanza que es “una noticia que será de gran alegría para todo el pueblo”: puede uno leer allí, no propiamente entre líneas, un llamado al respeto por las demás culturas, a la devoción por la dolorosa experiencia de los migrantes y a la convicción de que la condición humana nos invita a asumir la igualdad entre las personas como una realidad.
Durante décadas, la figura de la familia tradicional, heterosexual y patriarcal, ha sido usada como caballo de batalla, incluso en tiempos de campañas políticas e incluso contra las evidencias de que ha estado lejos de ser la única que existe, que sucede. En el contexto de la Colombia de hoy, que cada día tiene más pruebas de su diversidad, lo cierto es que la defensa de la familia se dé como se dé, con un padre y una madre, con dos padres, con dos madres, con hijos o sin ellos, en la soltería o en el matrimonio, podría servir para reunir a sectores opuestos de la sociedad que en el fondo confían en la misma solidaridad entre aquellos que nos tocan en suerte.
Por esa vía, la de humanizar al contrario, la de entender que el otro a la larga busca la misma paz y el mismo reconocimiento de su propia vida y su propia lucha, también podrían los gobernantes acercarse a sus gobernados, podrían los escépticos comprender las causas de aquellos que reclaman sus derechos, podrían seguirse asumiendo, como se ha hecho hasta ahora, las angustias de los inmigrantes venezolanos con sus hijos a cuestas, y volverse impensables los actos violentos, vengan de donde vengan y sean contra quien sean.
Si la Navidad es sobre volver a nacer, más allá de las tradiciones religiosas que siguen vivas en las casas del país, hoy puede ser un buen día para notar que Colombia ha estado renaciendo, removiéndose, redescubriéndose, desenterrando sus manchas y sus conquistas, gracias a unas nuevas generaciones que se niegan a que el corazón se les endurezca, a que se regrese a un tiempo en el que la guerra era un hábito y la reconciliación era otra promesa de campaña. En tiempos de redes, en los que resulta tan fácil tanto solidarizarse con los marginados como enfrascarse en visiones estrechas y cortas del mundo, resulta innegable el surgimiento de una sociedad de jóvenes que se niegan a recibir un país sin futuro y se resisten a resignarse a una democracia que solo cuente con ellos en las urnas.
Que este sea una Navidad feliz, queridos lectores de este diario, y sea una oportunidad para devolverles el estatus de prójimos a quienes hemos dado por perdidos.
EDITORIAL

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