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Editorial

La IA y los artistas

Se requiere un nuevo marco ético y legal, que impida que esta tecnología perjudique a artistas y creadores.

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El 25 de marzo, horas después de que la compañía OpenAI lanzara la más reciente actualización de su generador de imágenes basado en inteligencia artificial (IA), Grant Slatton, un ingeniero radicado en Seattle, usó el software para modificar una fotografía de él, su esposa y su perro en una playa. Le pidió al software que convirtiera la foto en un dibujo al estilo de Studio Ghibli –el mítico estudio de animación japonés, considerado uno de los mejores del mundo– y la subió a su cuenta de X.
Durante los siguientes días, miles de s copiaron la idea y las redes sociales se llenaron de versiones 'ghiblificadas' de fotos personales, escenas de películas, episodios históricos, celebridades, líderes políticos, etc. Fue una tendencia divertida más, como tantas que aparecen y desaparecen en internet. Pero puso sobre el tapete un debate profundo acerca del arte y los derechos de los creadores.
No se puede hablar de Studio Ghibli sin mencionar a su fundador, Hayao Miyazaki. Cuando el legendario ilustrador vio por primera vez una imagen hecha por AI, en 2016, quedó "absolutamente disgustado". "Jamás querría incorporar esta tecnología en mi trabajo", dijo. Pero ocurrió lo contrario: fue la tecnología la que incorporó la obra de Miyazaki –y la de todos los demás artistas que han existido– en su gran banco de conocimiento.
Un problema que surge al analizar estos casos es que, por lo general, el 'estilo' de una obra de arte, a diferencia de la obra en sí, no está protegido por las normas de derechos de autor. Imitar el estilo de un artista puede resultar poco original, pero no es, en principio, un delito.
El que la IA imite la obra de grandes artistas plantea un debate sobre sus derechos, estilos y trazos, que no será sencillo, pero se debe dar.
Para muchas personas, sin embargo, existe la sensación de que sí se está violando algo al reproducir masivamente el 'estilo Ghibli' u otros estilos populares. Es evidente que el sistema plagia todo aquello que hace distintiva la obra de Miyazaki: sus trazos, sus colores, sus perspectivas, su forma de representar los rostros, etc.
Los grandes cambios tecnológicos traen consigo cambios culturales. La invención de la fotografía no acabó con la pintura, por ejemplo, pero sí la transformó profundamente. Al igual que en el pasado, es probable que la revolución de la IA produzca nuevas tendencias y manifestaciones artísticas. Esta vez, sin embargo, se trata de un invento que no desplaza una técnica o una herramienta, sino a la mente humana en sí, que es la fuente última de toda originalidad. Se trata, pues, de una situación inédita, que pone en riesgo los incentivos mismos de la producción artística.
Nuevos tiempos demandan nuevas ideas. Estamos ante un dilema moral moderno, que no se puede abordar por medio de las normas y la jurisprudencia existentes. Se hace necesario un nuevo marco ético y legal alrededor de la IA, que impida que esta prometedora tecnología perjudique injustamente a artistas y creadores.
Desde luego, en el caso de una tecnología que no se detiene y que con defectos y aciertos se vuelve una gran herramienta en casi todos los ámbitos, no será un debate sencillo. Pero hay que comenzar a darlo.

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