La pandemia vuelve a sacudir al mundo a causa de ómicron, la nueva forma del exasperante Sars-CoV-2, que amenaza con pasar por encima de todo el arsenal científico, social y cultural desarrollado en estos dos años para atajarlo.
Y no es para menos, si se tiene en cuenta que la nueva variante acumula –como ninguna– un buen número de mutaciones que la harían, al menos, más infecciosa, y se estudia si eso le alcanza para ser más mortal y resistente a las vacunas que hoy se aplican con éxito en contra de sus antecesoras.
No en vano, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la incluyó en el listado de las formas preocupantes –al lado de delta–, lo que impulsa a reforzar la vigilancia para detectarla a tiempo y evitar su propagación, además de acelerar las investigaciones para conocerla prontamente y cualificarla en su verdadera dimensión, con el fin de tener argumentos soportados en la ciencia para actuar con certezas que atenúen el pánico y frenen la especulación que empieza a evidenciarse.
Para la muestra, con el solo anuncio de su hallazgo, las principales bolsas del mundo se desmoronaron con fuertes caídas derivadas del temor de los inversionistas, y empezó una escalada de restricciones y cierres de fronteras que –lamentablemente– reviven los tiempos del inicio de la pandemia, que se consideraban superados, lo que si bien parece justificable, a juicio de algunos expertos, también exige sensatez.
Es claro que ante el nuevo desafío, el mundo debe echar mano de lo aprendido y, a la par que los científicos –que han demostrado capacidad suficiente para poner las cosas en su punto– proporcionan nuevos elementos para actuar con rapidez y desarrollar herramientas específicas de contención viral, también es el momento de corregir los advertidos errores que han favorecido la aparición de ómicron y que, de permanecer, incubarían incluso linajes más agresivos.
La falta de a vacunas, la renuencia
de muchos a aplicárselas y la inequidad son, entre otras, las causas de esta nueva situación
En ese sentido, hay que insistir en el inexcusable abordaje global de la pandemia en términos de acciones preventivas, recursos, elementos terapéuticos, vacunas y soportes sociales y económicos. En otras palabras, llegó la hora de entender que mientras exista una sola región en el planeta en la que habiten personas desprotegidas y consecuentemente susceptibles de adquirir el covid-19, la pandemia no podrá controlarse y, por el contrario, podrá reactivarse y afectar, incluso, a quienes se ufanan de estar protegidos, dado que las mutaciones son desenlaces directos de la circulación libre del virus.
Hay que decirlo sin ambages: la falta de de los países pobres a las vacunas, la renuencia de muchos a aplicárselas y la inequidad en la distribución planetaria de bienes sanitarios básicos son las causas de esta nueva situación. Así que las acciones que se orienten en otras direcciones son paliativos que en poco tiempo darán paso a otras oleadas que demostrarán que cerrarlo todo y aislar a los países afectados es como enterrar la cabeza en la arena. Gran lección y un duro reto, en momentos en que la cuarta ola se expande por Europa y ronda con su fantasma al país.
EDITORIAL