La temporada de los premios cinematográficos de este 2025 será recordada como el gran triunfo de la película independiente Anora: luego de quedarse con la Palma de Oro de Cannes, en mayo de 2024, la comedia de bajo presupuesto de Sean Baker –sobre una estríper que se enreda en los caprichos del hijo de un millonario ruso– pasó de ser una de las favoritas de los críticos a encontrar un público de iradores, y en las últimas semanas se llevó los premios más importantes de los sindicatos de los guionistas, los productores y los directores, y los especialistas comenzaron a vaticinar su victoria en los Premios Óscar del domingo pasado.
Así fue. Anora ganó cinco de los seis Óscar a los que estaba nominada: mejor película, mejor dirección, mejor actriz, mejor guion original y mejor edición, y su reconocimiento fue justo y fue un espaldarazo al cine independiente, que tanto ha sufrido los tiempos abrumadores de las plataformas y la entrega de los multiplexes a las superproducciones. Habría que reconocer, sin embargo, que la temporada dejó muchas historias más: la campaña tormentosa de la arriesgada Emilia Pérez, la ambición de la antiguerra El brutalista, la elegancia clásica de la satírica Cónclave, la relevante denuncia de Aún estoy aquí, el brillo de Wicked.
Y, más aún, el regreso emocionante de la actriz Demi Moore, que debió ganar, gracias a una película de horror que se ríe de lo despiadada que puede ser la industria con las intérpretes que superan los cincuenta años.
La ceremonia del domingo eludió, hasta donde pudo, los debates políticos, pero fue un inteligente llamado no solo a recobrar el espíritu de comunidad que empieza en los sets de filmación y termina en las salas de cine, sino a seguir encarando las manifestaciones de fanatismo e intolerancia que han recobrado popularidad en estos años. Si algo celebró el Óscar el domingo fue la creatividad, que es antídoto del odio.