La intensa temporada invernal que padece el país causó el pasado domingo una dolorosísima tragedia. Un alud de tierra en la vía entre Pereira y Quibdó, a la altura del sitio conocido como La Cabaña, entre el corregimiento de Santa Cecilia y la cabecera municipal de Pueblo Rico, Risaralda, sepultó un vehículo, una motocicleta y un bus intermunicipal que cubría la ruta Cali-Condoto, Chocó.
El saldo final fue de 34 personas muertas –entre ellas tres menores y cuatro integrantes de una misma familia– y nueve heridos de gravedad. Se trata del hecho trágico con mayor cantidad de víctimas, en una temporada que ha marcado registros históricos en cuanto a precipitaciones en todo el país. Un suceso que lógicamente ha conmovido a todo el país y que tiene lugar en una vía que en el pasado ya ha sido escenario de episodios similares: en 2016 un derrumbe cobró la vida de 11 personas. Vale recordar un incidente similar ocurrido hace varios años en la carretera entre la capital chocoana y Medellín, con saldo de 41 muertos, ocupantes de un bus arrastrado por una avalancha.
En medio del profundo dolor que causa un hecho así, hay que lamentar cómo coincide el crudo invierno con el eterno drama que han vivido desde siempre los chocoanos por el mal estado de las dos únicas vías que comunican por tierra a este departamento con el resto del país.
Así mismo, episodios como este son difíciles de prever, pero esto no significa que no se tengan que redoblar los esfuerzos para evitarlos, emitiendo a tiempo alertas en zonas de alto riesgo y, de ser necesario, interrumpiendo el paso vehicular en puntos que se sabe son críticos. Las lluvias continuarán y les corresponde a las autoridades no bajar la guardia en su tarea de monitorear zonas de riesgo y tomar medidas preventivas. Los fenómenos naturales extremos no se pueden evitar, claro está, pero sus consecuencias fatales sí se pueden mitigar.
EDITORIAL